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Nuria Richart

Adiós, Dragó

Si ser un tipo auténtico es abanderar tu libertad, señalar el comportamiento del rebaño, quejarte del Estado invasor y hacer lo que te da la realísima gana, Fernando es el hombre más auténtico que he conocido.

Si ser un tipo auténtico es abanderar tu libertad, señalar el comportamiento del rebaño, quejarte del Estado invasor y hacer lo que te da la realísima gana, Fernando es el hombre más auténtico que he conocido.
Fernando Sánchez Dragó | Cordon Press

Fernando Sánchez Dragó siempre fue un tipo muy listo. Y lo sabía. Muy amable, divertido, pícaro. Y se lo hacía. Un gran conversador, infinito en sus anécdotas. Educado. Un hombre de mundo como los de antes, de los que navegaron los mares y se adentraron en selvas a pecho descubierto al encuentro de la aventura. Culo inquieto. Catacaldos. En las arrugas de su cara siempre vi un mapamundi.

El entrevistado perfecto. Un tipo fantástico, cultísimo, extremo y titiritero. Un disidente de lo políticamente correcto y los neopuritanos de izquierdas. Siempre me ayudó. Gracias y adiós, Fernando.

Se creía descendiente de piratas, los Draco. Era tal su poder de convicción, de ilusión, que tú también te lo querías creer.

Su patria, la infancia.

La pandemia pasó factura a sus periódicas idas y venidas a Oriente. Navegar por Twitter no es lo mismo. Nunca fue hombre de retaguardia.

Lo conocí hace ya muchos años en un curso de verano de la Complutense que organizaba junto a Antonio Escohotado, "Desobediencia civil y farmacia utópica". A los chamanes los invitó Dragó y al descubridor del LSD, el químico Albert Hofmann, Escota. Ese primer abrazo de desconocidos nunca se me olvidará. Cuando se lo recordé, hace poco, se partió de risa.

Su amor por Japón nos unió. Los gatos también. Y sobre todo, el humor.

Los mejores templos se los debo, el Ginkakuji. En Kyoto nos llevó a una taberna recóndita, creo que era en un polígono en las afueras, donde el sushi era de tamaño del hueso cúbito. Cómo se puso de anguila. Mis suegros tenían los ojos como platos.

Le vi llorar cuando su hija Ayanta fue finalista del Premio Planeta. Ni aquella vez cedió el protagonismo, para deleite de todos. Estaba tan orgulloso y desarmado… Sobrepasado de emoción.

Trabajador empedernido. De esa generación que sabe que hay que echarle horas al ordenador y no caracteres al móvil. Le ofendía el verbo jubilarse.

Si ser un tipo auténtico es abanderar tu libertad, señalar el comportamiento del rebaño, quejarte del Estado invasor y hacer lo que te da la realísima gana, Fernando es el hombre más auténtico que he conocido.

Nunca envejeció. Jugaba continuamente a vivir y vivió siempre en Shangri-La.

Cuando estuve en su casa de Castilfrío de la Sierra, en Soria, donde ha muerto esta mañana del 10 de abril, toqué su ataúd. "Ahí no cabes", le dije.

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