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El laboratorio CSI del Museo Thyssen

El Departamento de Conservación y Restauración de la pinacoteca usa tecnologías propias de la Policía para cuidar la salud de las obras de arte.

El Departamento de Conservación y Restauración de la pinacoteca usa tecnologías propias de la Policía para cuidar la salud de las obras de arte.
Los secretos de la sala de restauración del Museo Thyssen

En el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza hay una sala que bien podría pertenecer a uno de esos laboratorios de criminalística que nos muestran las series de policías. Se haya en la quinta planta, fuera de los ojos curiosos de los visitantes, protegida por un sistema de seguridad al que solo se accede con la acreditación pertinente. La luz natural se posa en grandes mesas de trabajo flanqueadas por expertos en bata blanca que se mueven con fluidez entre microscopios, cromatógrafos y equipos de infrarrojos, reflectografías IR y análisis de químicos. Pero aquí, las técnicas de investigación científica no se usan para identificar un presunto hecho delictivo sino para proteger el patrimonio artístico que custodia.

El departamento de Conservación y Restauración del Thyssen concreta los procesos para detener el deterioro de las obras de arte –esa es su labor más conocida–, pero sus funciones van mucho más allá. Firma estudios técnicos que nos abren una ventana al tiempo pretérito, nos transportan al momento en el que el artista contemplaba el lienzo en blanco. Desvelan detalles del proceso de creación, aspectos de la personalidad del artista, su técnica y hasta la procedencia de los materiales, una información fundamentada en la ciencia que se comparte con el resto de instituciones europeas.

"Hace años se lanzaban hipótesis teniendo en cuenta la época. Decíamos 'probablemente se usara este material' porque era el característico en esa zona. O hablábamos de tal madera procedente de tal país por indicios. Hoy en día, sabemos la fecha exacta del cuadro y hasta si se pintó sobre roble del Báltico", nos explica Susana Pérez, una de las integrantes del departamento.

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Detalle de 'El paraíso' de Tintoretto

Las radiografías y la luz infrarroja dejan al descubierto los trazos de lápiz, los cambios de parecer, manos que antes iban allí y ahora no, cambios de trayectoria de las miradas y hasta las manías de los artistas. Por ejemplo, una micromuestra de El Paraíso desvela más de Tintoretto que cualquier biografía, como nos detalla Susana Pérez: "Nos dice que le gustaba pintar sobre negro y que luego planteaba las zonas claras de las carnaciones de los cuerpos. Sabemos que, en este cuadro, no le gustó el resultado y volvió a poner negro. Después encajó las figuras sobre blanco, volvió a poner los cuerpos y después los cubrió con mantos, seguramente obligado por ser un cuadro religioso".

Los secretos mejor guardados de los artistas

Contemplar un cuadro de Tintoretto sobrecoge a cualquier amante del arte. La luz determina las formas y el espacio, un deleite sensorial atribuido a su incontestable talento y a un curioso truco. El artista veneciano mezclaba los pigmentos con vidrio molido para que, frente a la luz de las velas, su reflejo fuera abrumador. Antes era un secreto, ahora es el resultado de un análisis químico.

Caravaggio usó en el manto de Santa Catalina una mezcla de lapislázuli, granos de azurita, carmín de cochinilla, negro carbón, albayalde y pigmentos tierra. El lapislázuli, también presente en el paño, procedía de Afganistán. La presencia de esta piedra semipreciosa indica que Caravaggio dispuso de altos recursos para realizar este encargo. "¿Desde qué punto era importante ese cuadro para encargar el material desde tan lejos? Era carísimo. Es apasionante descubrir esto", explica Enrique Rodríguez, otro de los expertos del departamento.

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Antes y después de la restauración de 'Santa Catalina' | Museo Thyssen

Esta pseudoautopsia a la que son sometidos los cuadros complica la abyecta labor de los falsificadores. Una muestra diminuta revela la época de los materiales, si los pigmentos se molieron a mano o los granos son uniformes –lo que indica que serían modernos–; y la luz ultravioleta explicita los repintes: "En una subasta, puedes saber cuánto queda del original con una simple linterna de dos euros".

Cámaras de envejecimiento acelerado

Pero estas tecnologías serían solo cacharros si no estuviera en manos de un equipo cualificado con una gran sensibilidad y vocación: "Hay días en las que, en todas las horas de trabajo, solo mueves un dedo. Terminas agotado de no moverte. El cerebro está concentrado en una cosa pequeñísima y es una gran responsabilidad", detalla sonriente Enrique Rodríguez. Durante la intervención sobre el cuadro, la máxima es respetar su significado histórico, artístico y social. No hay demasiado margen de error, para ello, incluso, predicen cómo se van a comportar los materiales gracias a una cámara de envejecimiento acelerado, un sistema que parece salido de una cinta de ciencia ficción.

Desde hace unos años, el museo busca acercar al público los métodos de trabajo de los restauradores, una ventana para conocer la Historia del Arte desde otra perspectiva, como nos explica Ubaldo Sedano, jefe del área: "Somos la trastienda, lo que no se ve. Detrás hay mucho trabajo. Últimamente damos esa visibilidad porque el público tiene curiosidad y le divierte. Es fundamental este trabajo, es un patrimonio universal no solo del museo. Son bienes insustituibles".

La mayoría de las exposiciones temporales de los museos y salas del mundo se montan a partir de préstamos de otras instituciones. En la práctica, esto significa que los cuadros viajan...y mucho. Es el equipo de restauración y conservación el encargado de la puesta a punto para la partida. Estudian su estado, la viabilidad de su préstamos y deciden el modo adecuado para el traslado. A veces, por ejemplo, se trasporta en una caja climática para evitar que las condiciones del lugar de destino afecten a la pintura o la madera. Una persona acompaña al cuadro durante el viaje, en los aeropuertos, con los escoltas. Es la figura del correo. "Estamos todo el tiempo con la maleta hecha", bromean.

Los cuadros "no se limpian con saliva"

Hace un par de años, la restauradora del MoMa sorprendió con una entrevista en la que aseguraba que la mejor opción para limpiar un cuadro es "la saliva". "Antiguamente se limpiaba con saliva porque las encimas de la boca disuelven la grasa, pero hoy en día tenemos productos sintéticos mucho más limpios. No hay que trabajar como hace 500 años. Nuestro trabajo es una ciencia, pero hay mucho intrusismo laboral", nos explican.

En este sentido, denuncian que se han hecho intervenciones inadecuadas con motivos económicos que han supuesto un grave perjuicio para los cuadros: "¡Incluso se han cortado para venderlos por partes y sacar más dinero!" Y qué decir de las "buenas intenciones" de ciudadanos sin formación ni experiencia que han convertido al Ecce homo en un adjetivo para describir barbaridades contra el patrimonio.

Por eso, hoy más que nunca, nos conviene reconocer el trabajo de restauradores que hacen que en España tengamos asegurada la salud de algunas de las colecciones más importantes del arte mundial.

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