
No hay cosa más seria en el mundo que la Semana Santa en Sevilla. Salvo, quizás, la Feria de Abril en la simpar ciudad andaluza. Tanto la fiesta religiosa como la pagana alcanzan en las riberas del Guadalquivir a su paso por la Torre del Oro el culmen de la celebración ritual. Para entenderlo debemos echar mano de categorías alejadas de dichas tradiciones, pero que muestran la combinación de intimidad y espectáculo, espiritualidad y hedonismo, que las caracterizan. Nietzsche habría aprobado la fusión de Apolo y Dionisos, de racionalidad e instinto, de rigor y voluptuosidad, con la que los sevillanos convierten sus calles, templos, plazas de toros y casetas en una celebración de todo lo divino y humano. Magnificencia litúrgica y entusiasmo popular. Lo expresó como nadie Manuel Chaves Nogales:
Esto es todo lo que se ve a simple vista en la Semana Santa sevillana: vistosos indumentos, charangas, ornamentación fastuosa, buenas mujeres y mejores mantillas, chucherías, tambores… Pero contrariando este abigarrado panorama, hiende el aire la recia humanidad de una saeta. Desaparece el cromo, y el alma sevillana se abre en una inmensa flor de misticismo.
El rey de la Semana Santa en Sevilla es una figura popular llamada "el capillita". Si no se ha vivido allí es difícil de imaginar porque no tiene en parangón en el mundo entero el jovencito que vive, respira, siente y habla por su cofradía en particular y las procesiones en general. En Sevilla el pueblo es el rey y el capillita es su representante encarnado. Sea en la procesión, en la caseta o en la plaza de toros, siempre con un jerez en la mano, el capillita tiene un sentido litúrgico popular que las jerarquías eclesiásticas y políticas tratan siempre de domesticar, pero que son incontrolables en su rebeldía carismática y su pulsión vital. En Sevilla es la Iglesia la que se topa con el pueblo, el sacerdote con el capillita, capaz de ligar con las bellas devotas por lo bajito mientras sigue al Jesús del Gran Poder (no lo digo yo, sino Manuel Chaves Nogales, más sevillano que la Cruzcampo y el Betis juntos).
Me gustaría haber presenciado en vivo y en directo el debate que se ha producido en los bares y tabernas, en las esquinas y los despachos, entre sevillanos de todos los equipos de futbol y todas las famosas barriadas por el cartel que anuncia este año la Semana Santa, en el que se ve un Cristo que ha sido comparado a un cruce entre Jared Leto, el actor posmoderno norteamericano, y Conchita Wurst, la cantante trans austríaca. De todos modos, no se habrá producido mayor desencuentro que cuando, durante la Segunda República, los ataques antirreligiosos llegaron incluso a suspender las procesiones de Semana Santa en Sevilla. Como cuenta Chaves Nogales, los sevillanos no estaban dispuestos a que se perdiesen sus tradiciones, así que finalmente la hermandad de la Estrella de Triana salió a procesionar. Solo para que el Cristo recibiese una pedrada y la Virgen un par de tiros.
La influencia pagana
A los que el cartel les parece entre una herejía y una provocación creo que han visto poca imaginería religiosa. Para empezar, que haya imágenes sagradas en el cristianismo ya es una rareza, dado que en la Biblia Jehová se harta de prohibir las representaciones en general y las divinas, en particular. Pero desde muy pronto, por influencia pagana, las iglesias cristianas se poblaron de representaciones de Jesús, la Virgen, los apóstoles, los santos y los ángeles, por no hablar del mismísimo Satán y sus diablos, en una orgía visual que haría palidecer a los templos griegos y romanos. El argumento usado es que Dios había prohibido representarlo porque nadie lo había visto, pero desde que se encarnó en Jesús no tenía sentido la prohibición. Incluso los protestantes, tan adustos y aburridos, suelen plegarse a la que en la Biblia se califica de "idolatría". Esta flexibilidad hacia las imágenes ha enriquecido al cristianismo como gran religión visual y, de hecho, ha cambiado la misma narración religiosa. Son muchos los que emplean la expresión "caerse del caballo como San Pablo" aunque en la Biblia no se cuenta así la historia, sino que fue una invención de los pintores italianos en el siglo XVI.
CARTEL DE LA SEMANA SANTA DE SEVILLA 2024#SSantaSevilla24 pic.twitter.com/310PG5Hyfo
— Pasión de Sevilla 🕯️ (@PasionDSevilla) January 27, 2024
El autor del cartel es Salustiano García que se ha inspirado no en Jared Leto o en Conchita Würst sino en su propio hijo. Ambos, el artista y el hijo, son sevillanos y creo que deben estar orgullosos de haber sido declarado herejes (o, como ahora se dice, "acusados de un crimen de odio") por la habitual turba paleto-casposa del capillismo más cerril e ignorante. García, que es un artista figurativo de reconocido prestigio mundial, sí que conoce la tradición de la imaginería sacra. En mi caso, lo primero que me vino a la cabeza cuando vi su cartel fue el Cristo resucitado de Gregorio Fernández que se puede admirar en el Museo Goya en Zaragoza. ¿Los católicos ofendiditos también van a mencionar un presunto guiño al Orgullo Gay realizado en el siglo XVII? Que yo me acuerde de una talla religiosa de hace cuatro siglos y otros de una trans de Eurovisión no dice nada acerca del artista y su obra, pero sí, y mucho, de las obsesiones que cada uno lidia en su cabecita loca.

Puede estar contento García porque la polémica lo ha elevado al nivel de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, que también tuvo que soportar los ataques de los cristianos más conservadores en lo estético, lo ético y lo teológico: taparon los desnudos al fresco con paños al óleo, para cabreo monumental del genio renacentista, que también pintaba muy depilado a Cristo. También con Salvador Dalí, otro que crucificaron tras pintar un Cristo: obsoleto, falso y publicitario fue lo más suave que le llamaron algunos críticos, que lamentaron la falta de mística del irreverente pintor franquista, entre lo industrial y la estampita para beatas pijas. Reconozco que en una primera impresión resulta "raro" el cartel de García, y que uno piensa más en Pedro Almodóvar que en Pedro de Mena. Pero es que a Pedro de Mena también lo criticaron en su día por ser demasiado místico. Nunca llueve a gusto de todo, y durante la Semana Santa, menos todavía. Esperemos, al menos, que los críticos del cartel de marras no hagan como los iconoclastas anticlericales durante la guerra civil española que quemaron alguna de las tallas del escultor granadino.
Me parece bien que haya gente a la que disgusten Miguel Ángel, Pedro de Mena, Salvador Dalí y Salustiano García, pero el problema es cuando se pretende imponer el mal gusto, la carcundia y la ignorancia como criterios estéticos a los que debamos plegarnos los demás.
El colmo de la idiocia cerril ha sido de quienes han objetado que el artista no se atrevería a hacerlo con Mahoma. Pero que lo haya hecho con Jesús muestra precisamente la superioridad política, ética y estética del cristianismo actual. ¿Quién necesita a los masones, anticlericales y ateos científicos comunistas cuando el cristianismo cuenta entre sus filas con los más enciclopédicos ignorantes de sus propias tradiciones? A ver si Salustiano García lee este artículo y tiene la gentileza de regalarme un cartel firmado, porque ya les digo que se va a convertir en el más famoso de toda la historia y va a costar un potosí en poco tiempo. Con orgullo, sería un honor colgar su Cristo de la Bella Resurrección en mi casa.
