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Póster A Roma con amor

A Roma con amor es la entrega anual realizada y, esta vez, de nuevo protagonizada por Woody Allen, director y guionista entregado ahora una suerte de tour europeo por las principales ciudades (Barcelona, París, y ahora la capital italiana) y que en esta ocasión aprovecha las bondades de la ciudad para reflexionar sobre la fama, el amor, el sexo y la agradable y difusa línea que separa realidad y ficción en una cinta un tanto deslavazada.

Allen continúa en ella la veta que tan buen resultado le dio en Midnight in Paris, la de elaborar una fantasía de madurez a costa del juego constante entre los tópicos locales y exóticos, vistos a través de la mirada extrañada del norteamericano medio (o más bien alto, si atendemos a clase social, siempre tirando a elitista en el caso de Allen), y el juego con el arquetipo creado por el propio artista sobre sí mismo a lo largo de su extensa carrera. La realidad y la ficción parecen mezclarse en las historias de A Roma con amor de una manera evocadora, como si su autor afrontara el ocaso escapando de sí mismo y fusionándose con la fantasía a través de su habilidad para el absurdo.

Este es el bellísimo concepto, pero desgraciadamente -y a diferencia de Midnight in Paris- en la presente sólo funciona ocasionalmente. A Roma con amor es ligera, transcurre de manera amable y sin duda agradará a quienes tiene que agradar, sus fans europeos, pero ya en el momento de su estreno parece más vieja que sus mejores películas de los setenta y ochenta. Hay una frescura que se ha ido, una factura técnica que ya no llama la atención, y las habituales inquietudes del autor se han rebajado hasta la trivilialidad, a la pura necesidad de un gag o una frase ingeniosa para adornar tal o cual secuencia.

No obstante, existe una notable apología del esparcimiento como factor común de las historias de A Roma con amor que resulta agradable y da a la cinta todo su sentido. En todas ellas, un personaje o elemento inesperado irrumpe en la mediocridad de los protagonistas como una epifanía (ya sea la aparición de la prostituta interpretada por Penélope Cruz, como el arquitecto interpretado por Alec Baldwin, o las sublimes casualidades de las demás historias) y descubre un mundo nuevo, evocador y fantasioso, al resto de sus personajes. No obstante, para el espectador no hay epifanía alguna, y nada nos libra de la impresión de que A Roma con amor es una reunión de descartes de otras historias del propio Allen, aglutinadas con cierta poesía gracias a su innegable oficio. Será que, como dicen sus incondicionales, se trata de un film menor.

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