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Juan Manuel González

Crítica: 'Mandy', con Nicolas Cage

Terror, venganza, LSD. 'Mandy' es como si David Lynch hiciera una de Viernes 13. El resultado, o lo amas o lo odias.

Mandy es un filme bienvenido, aunque solo sea por recuperar temporalmente la capacidad del filme de género de funcionar como artefacto capaz de generar cierta controversia, siquiera en círculos exclusivamente cinematográficos. La película de Panos Cosmatos, hijo del mítico realizador de la era Reagan George Pan Cosmatos (Rambo II, Cobra, Leviathan...) no es para todo el mundo, ni siquiera para todos aquellos que disfrutarían de su cóctel de "revenge movie" con "slasher", de su mezcla de referencias al cine de género del pasado... si alguno de sus variados elementos se les presentase por separado. Mandy una película indie, marginal y, además (esto al menos sí está de moda) retro: filmada en granuloso celuloide, su música de sintetizador y violencia sangrienta remite a los clásicos de horror de los 70 y a los "video nasties" de los 80. La presencia estelar de un actor como Nicolas Cage, condenado ya a los productos de segunda fila tras una década en el estrellato, no hace sino corroborar esa etiqueta de cine oscuro y digno del menosprecio crítico.

Pero tal y como está está hecha (e incluso sus detractores deberían coincidir en que está muy bien hecha), Mandy parece más un mal sueño, una fantasía alucinada, que un relato genérico de terror y venganza. Lo es sobre el papel, con su parca sinopsis y su mezcla de material de derribo cinematográfico, pero en pantalla es como si David Lynch se hubiera tragado una película de Viernes 13, como si una de la Cannon con Charles Bronson se cruzase con los episodios más gore de Hellraiser. Solo que, a la vez, no lo es: su aire de cuento alegórico, su tono abiertamente onírico, su ritmo absolutamente lento en la primera mitad (que sin duda expulsará espectadores de la sala de cine) y lo brutal (e hilarante) de la violencia de su segunda hora (que más o menos hará lo mismo), crean un filme con una cierta identidad propia.

Mandy es una película dividida en capítulos separados con grafías dignas de una vieja edición de Stephen King, pero en realidad tiene simplemente dos partes, con esa bisagra recurrente que es la secta satánica que finalmente Red, el personaje de Nicolas Cage, se va a encargar de eliminar uno por uno. El intérprete de Leaving Las Vegas encuentra aquí un vehículo perfecto para su sobreactuación, pero el embalaje que le proporciona Cosmatos le ofrece un contexto distinto, absolutamente lisérgico. Decir que la de Cage es una "buena mala actuación" podría parecer una paradoja, pero realmente es lo que ocurre aquí: el dolor del leñador Red Miller una vez asesinan a su esposa Mandy (Andrea Riseborough, tan colgada como el resto del reparto) parece real, y ocasionalmente (si uno acepta la propuesta) incluso conmovedor; su descenso a la violencia resulta por tanto un proceso dramático... pero el carácter lúdico de la obra de Cosmatos otorga un nuevo nivel a la historia, y eso permite a Cage, el hombre meme, cumplir con lo prometido para su audiencia de Twitter.

Mandy tiene todo el aspecto de una película estúpida y pretenciosa, y Cosmatos es consciente de ello en todo momento. De hecho, el director enfatiza ese aspecto con una cuidadísima puesta en escena que busca la atmósfera y potencia la excelente música del fallecido Jóhann Jóhannsson, hipnótica y constante a lo largo de las dos horas que dura. Solo que esta autocomplaciente mezcla de alegoría bíblica y/o mitológica aparece salpicada de referencias "pop" imposibles (algunas explícitas, como Galactus o Erik Estada hasta Viernes 13, pasando por otras citas más refinadas Commando con Schwarzenegger: atención a la música cuando Cage fabrica su hacha) y hasta diversas secciones de dibujos animados que subrayan el carácter "heavy metal" de una propuesta que bebe de películas del pasado, pero no es un mero experimento retro. La película apuesta por la emotividad, y que me perdonen quienes no estén de acuerdo, consigue transmitir el concepto de que ésta es una historia triste.

Semejante descoloque se multiplica con su apología final de las drogas: los enemigos de Cage aparecen caracterizados como una banda de hippies, fans de The Carpenters (el grupo, no el director) pero absolutamente pervertidos, que apuestan por una suerte de renacer espiritual americano haciendo suyo ciertos postulados conservadores. Lúdica pero sentida; loca y alucinógena pero a la vez refinada; lenta pero contundente una vez Cage entra en acción (lo que, ya les decimos, ocurre a la hora de largometraje), Mandy es una rareza que no debe ser tomada demasiado en serio, pero sí respetada como obra cinematográfica. En esa contradicción, que imagino que solo unos pocos lograremos aceptar y amar, reside su encanto.

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