
A principios de los 80 todavía quedaban cines a la antigua usanza, grandes salas en las que el inicio de la película se anunciaba con el descorrerse de gigantescos cortinajes de terciopelo rojo. Empezaban, sin embargo, a ser desplazados por multisalas, más pequeñas y minimalistas. El ambiente operístico estaba siendo sustituido por el de catacumbas, y los muebles de ebano y marfil presentían cómo se avecinaba una amenaza desde Suecia que terminaría por concretarse en Ikea.
La transición desde la Gran Época al Imperio Tecnológico lo encarnó paradigmáticamente un compositor griego de nombre épico, Evángelos Odysséas Papathanassíou, que como ya sucedió con Doménikos "el Greco" Theotokópoulos, fue rebautizado para las masas: Vangelis. No fue un director de cine, ni un guionista, ni una estrella hollywoodense, la que dio el pistoletazo de salida a una nueva forma de hacer cine, sino este teclista griego que armado con un sintetizador añadió una nueva dimensión, electrónica y lisérgica, a la experiencia cinematográfica.
Con Carros de fuego (1981) y Blade Runner (1982), Vangelis hizo posible algo que se había perdido desde la época del cine mudo: que una película pudiese disfrutarse únicamente viendo las imágenes y oyendo la banda sonora, con independencia de los diálogos. Con Vangelis podría hacerse de las películas una versión del compositor. La atmósfera diáfana de Carros de fuego y la barroca de Blade Runner se consigue tanto por la influencia de los videoclips musicales de la época, a su vez encaminados a ilustrar las historias de las canciones como si fuesen cortos, como por el contrapunto musical de la electrónica wagneriana de Vangelis que no se limitaba a acompañar las imágenes o a influir en la sentimentalidad del espectador, sino que añadía una tercera dimensión, musical y poética, a la pantalla
Autodidacta que priorizaba la "música natural" al aprendizaje académico, Vangelis no estaba constreñido a la tradición musical cinematográfica, como también le sucedía a Ridley Scott respecto a la dirección de cine al provenir del rodaje de videoclips, por lo que podía salirse más fácilmente de los roles establecidos y las convenciones fosilizadas. Vangelis ante un sintetizador era como un nuevo Adán, descubriendo por sí mismo lo que el instrumento podía dar de sí, "como un espejo sobre el mundo, que es lo mismo que la naturaleza".
No sólo era Vangelis originario respecto a su técnica, también respecto a los valores artísticos. La sensación de sus bandas sonoras era la de algo completamente impredecible y libre, como si el acto de la creación tuviese unos valores diferentes y en gran parte antagónicos a los que impone el consenso de los pares y la presión social de la masa. Todavía más importante si cabe es que Vangelis era un místico, alguien que creía en que la vida era música o, dicho a la nietzscheana manera, la vida sin música sería un error. Por eso sus melodías nos interpelan para que les prestemos atención, para no ser escuchadas como mero entretenimiento o banal diversión. La música como una de las artes sagradas.
Una innovación más de Vangelis consistió en tender un puente entre la música tradicional y tecnología electrónica. ¿Cómo sonaría el canto gregoriano con su polifónico Yamaha CS-80? Este renovador de lo eterno también conciliaba lo étnico con lo global, ya que no sólo vivía de la música típica griega sino que cualquier tradición era subsumida dentro de su paradigma electrónico dado que creía en la unidad psicológica, y por tanto artística y musical, de la especie humana.
De todo esta filosofía de la música se sigue una música tan filosófica como la de las BSO de Carros de fuego y Blade Runner. La primera película transcurre en la década de los 20 del siglo XX, mientras que la segunda opera en la década de los 20 del siglo XXI. Separadas las acciones de ambos films por un siglo de diferencia, se engarzan por una reivindicación de humanismo justo antes de que empezase el imperio de la máquina y el reinado de los robots respectivamente. Vangelis, armado con sus sintetizadores de última generación y su electrónica popular, no sólo era un compositor psicodélico sino un utópico profeta de los tiempos venideros y un nostálgico romántico que despedía una era mortecina.
Vangelis explicaba que cuando pedía algo nuevo a los diseñadores de sintetizadores estos le respondían: "Oh, vamos, vamos, pides lo imposible", pero luego lo hacían a los cuatro años. Ante la muerte, quizás Vangelis pidió también lo imposible. Y, ¿quién sabe? Descanse en paz.