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Luis Herrero Goldáraz

Suerte y esmero

Lo que hay en la película es suerte. Suerte y esmero, los dos secretos con los que se ha escrito la historia de la humanidad.

Lo que hay en la película es suerte. Suerte y esmero, los dos secretos con los que se ha escrito la historia de la humanidad.
La fiera de mi niña | Archivo

Viendo La fiera de mi niña, se me hace imposible no preguntarme cuántas relaciones se habrán quedado en casi-algo a lo largo de la historia por no contar con un leopardo. La película es bien conocida y no necesita presentación. Pero como yo soy un ignorante y tiendo a pensar que entre los pocos que me leen alguno habrá que se parezca a mí, me explicaré. En ella, David conoce a Susan el día antes de casarse y no puede hacer otra cosa que intentar huir de ella. Naturalmente, termina haciendo lo contrario. Cuando el amor se pone de por medio, sobre todo si se pone de por medio en mitad de una comedia romántica, cualquier huida es un aplazamiento. En el caso de David, todo hay que decirlo, la fortuna no le deja un resquicio por el que escaparse. Él pone toda su alma y todo su corazón en esquivar a la patosa dama que, por capricho del guion, no hace más que tropezarse en su camino. La aborrece y la desprecia con las mejores caras que Cary Grant puede prestarle. Pero al final, es difícil precisar por qué, lo único que consigue es encandilarla. Viendo La fiera de mi niña se me hace imposible no preguntarme cuántas relaciones se habrán quedado en casi-algo por solo una pequeña parte del rechazo que David quiere dedicarle a Susan.

El leopardo. El caso es que después de sus primeros encuentros, pensando ya ella de él que es un zoólogo y sabiendo él ya de ella que no quiere volver a verla nunca más, ella le contacta para que le ayude con el leopardo que le ha enviado su hermano. Tengo la teoría de que ninguna excusa es más perfecta cuando se quiere quedar con alguien al que se acaba de conocer que la excusa más disparatada posible. Si el que la recibe no se la cree y la acepta, ha dejado claro su interés. Y, a una mala, siempre puede llegársela a creer.

Cualquiera me dirá que de todas formas el leopardo no es tan importante en el desenlace de los acontecimientos porque la obstinación de Susan es tan grande que, de no llegar a tenerlo, habría encontrado otra excusa con la que embaucar a David al final. Y es muy probable que tenga razón, pero la excusa hay que tenerla. Y, de todas las excusas, reitero, ninguna hay más perfecta e inesquivable como la de tener un leopardo en tu jardín. En la película, además, a falta de uno hay dos. Y un perro muy oportuno que esconde el hueso de brontosaurio tan necesario para David, que no es zoólogo pero sí paleontólogo. Y una tía rica a la que llevaba tiempo intentando encandilar. En definitiva, lo que hay en la película es suerte. Suerte y esmero, los dos secretos con los que se ha escrito la historia de la humanidad.

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