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Francisco Pérez Abellán

El Romanones que lee Mariano

Álvaro de Figueroa y Torres, primer conde de Romanones, fue el peor ministro de Gobernación que imaginarse pueda.

Álvaro de Figueroa y Torres, primer conde de Romanones, fue el peor ministro de Gobernación que imaginarse pueda. Encargado de la seguridad el día de la boda de Alfonso XIII, 31 de mayo de 1906, se quedó dormido cuando explotó la bomba de Mateo Morral en la calle Mayor, arrojada desde el edificio de Casa Ciriaco. Como es habitual en España haber sido un ministro incompetente no fue impedimento para llegar a presidente del Consejo de Ministros.

Este Romanones es el que lee Mariano Rajoy Brey además del Marca, según el periodista de Pontevedra que le hizo el perfil más íntimo en El Mundo el domingo. Enseguida hay que decirle al presidente que es infinitamente más intelectual la información que pueda conseguir del deportivo Marca, aunque él ya debe de saberlo. Mariano fue mucho mejor ministro de Gobernación, ahora Interior, que el conde. Lo de Romanones fue de traca.

Después de su fallo catastrófico Romanones fue ministro muchas veces, presidente del Congreso y del Senado y tres veces presidente del Gobierno. Los historiadores dotados de pensamiento crítico afirman que era experto en componendas y pucherazos, pero hay una tradición inexplicable que le concede fama de político inspirado e intelectual.

Madrid estaba lleno de herederos de todas las testas coronadas de Europa: aquí estaba el príncipe de Gales, el gran duque Vladimiro de Rusia, el archiduque Francisco Fernando, que sería asesinado en Sarajevo, príncipes y princesas, políticos y corte, viajeros y curiosos. Las calles estaban a reventar. Y desde hacía días circulaba la especie bien informada de que iban a tirar una bomba a Alfonso XIII el día de su boda. Incluso lo habían escrito en un árbol del Retiro firmado por "Dinamita". Romanones era el encargado de impedirlo, ministro en el Consejo presidido por Segismundo Moret, otro prodigioso coleccionista de cargos y honores, masón que fuera confidente de Juan Prim.

Romanones era un hombre inmensamente rico, jovial, cordial, taimado y sutil. También era cojo por haberse caído de un coche de caballos. Todo esto componía una figura peculiar de un hombre elegante, refinado, letraherido, que mostraba una cojera aristocrática al caminar. Como ministro de Gobernación manejaba la hipótesis de que podrían arrojar un explosivo en la iglesia de los Jerónimos cuando la realeza estuviera reunida en mitad de la boda. Una vez terminado el enlace sin incidentes, decidió que la amenaza ya no existía. Se fue a contemplar el desfile de las carrozas que acompañaban a Alfonso XIII y Victoria de Battenberg al Palacio Real y después a casa a meterse en la cama y descansar de una jornada agotadora aunque solo era mediodía. El coche de los Reyes iba el último. Al llegar frente al número 88 (hoy 84) de la calle Mayor, Morral les tiró la bomba envuelta en un ramo de flores, rosas pálidas, desde el balcón del 4º D. El sueño profundo del conde no se alteró un ápice. Veintitrés madrileños quedaron muertos en el acto y ciento ocho resultaron heridos mientras el encargado de protegerlos dormitaba.

Cuando fue avisado de la tragedia, Romanones corrió renqueando a la casa del crimen, corrió de acá para allá, presentó su dimisión a Moret que no se la aceptó y le exigió que detuviera al asesino. Ofreció una recompensa de su propio bolsillo de 25.000 pesetas que entonces, con perdón, eran la bomba. A los dos días encontraron muerto al señorito de Sabadell y anarquista Mateo Morral Roca, de 26 años, en Torrejón de Ardoz. Dicen allí que casualmente en una finca del conde de Romanones. Según la versión oficial se había suicidado al verse descubierto.

El caso es que la torpeza o algo más de Romanones como investigador no tiene fin. En sus memorias, Notas de una vida, afirma que ya en Madrid fue a la cripta de la clínica Buen Suceso a ver el cadáver de Morral. Describe que el cuerpo tiene un pequeño agujero de bala redondo en el lado izquierdo del pecho, bajo la tetilla, pero mi retroinvestigación criminológica presentada en la Universidad Nebrija ha descubierto, de forma irrefutable, que el agujero es de gran tamaño y está en el lado derecho, en la región esternal, por encima de la tetilla derecha. Es decir que el ministro o no vio el cadáver, aunque él afirma que sí, o si lo vio, miente igualmente. Romanones era el máximo responsable de la investigación y los agentes a su cargo atribuyen la muerte de Morral a una pistola Browning de 8mm, arma que no existe, describen el hecho como un suicidio, cuando las pruebas de laboratorio indican que le dispararon con un arma larga a 25 metros, y la autopsia evita reseñar las lesiones que demuestran que lo maltrataron antes de matarlo. Que lo sepa Mariano si busca consejo político, aunque puede seguir leyendo a Romanones como autor de ficción.

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