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Francisco Pérez Abellán

Los testículos de Morral

La dinastía de los Borbones se salvó esa vez por donde tantas desgracias le han llegado.

Ahora sabemos que el falso héroe anarquista Mateo Morral falló el atentado contra Alfonso XIII el día de su boda por una cuestión de testículos. En apariencia se da la razón a los que piensan que para hacer algo así hay que tener huevos o es cosa de tenerlos bien puestos, aunque hay que precisar que sobre todo se trata de tenerlos en condiciones.

El caso es que lo que aquí se revela es científico e insólito, porque a Morral le sobraba para tirar la bomba, dado que, como pudorosamente ha ocultado la historia, pero yo pongo ahora de relieve en mi libro Morral, el reo asesinado (Poe Books, 2017), en el momento de arrojar el ramo de flores con la carga mortal, el 31 de mayo de 1906, en la calle Mayor de Madrid, llevaba un suspensorio para sujetar la orquitis que padecía debido a las purgaciones que había contraído días antes del atentado, por lo que sus testículos eran del tamaño de una pelota de tenis, más grandes que los del caballo de Espartero. Los tenía así de gordos, inflamados. El bulto de su entrepierna era mayor que el de la bragueta emperadora de Carlos V que cuelga en el Prado, cantada por Alberti y pintada por Tiziano. El rubor de los historiadores, tan delicado como la epidermis de las muchachas en flor, nos ha impedido saberlo hasta ahora. "¡Tiene cojones!", como diría don Camilo el del premio.

La bomba por tanto no se desvió en su descenso al chocar con el cable del tranvía o la pancarta que felicitaba a los reyes, como informadores mojigatos han comunicado falsamente, sino que el zote Morral, impedido además por sus padecimientos, trató de elevar el artefacto sobre su cabeza para tomar impulso y volcarse peligrosamente sobre el balcón del cuarto piso a fin de arrojar el explosivo al centro de la calle sobre el techo de la carroza de la Corona que por allí circulaba, momento en el que inesperadamente golpeó el sufrido escroto como el badajo de una campana contra los barrotes del balcón, perdiendo el equilibrio y la puntería, por lo que la bomba se deslizó entre el tiro de caballos, permitiendo que los reyes recién casados quedaran ilesos. El blenorrágico Morral, héroe de Valle Inclán y Baroja, portento de la golfería andante, vio las estrellas transido de dolor y, como en el cuento en el que por un clavo se perdió un caballero, por un dolor de huevos se truncó el asesinato del monarca. La dinastía de los Borbones se salvó esa vez por donde tantas desgracias le han llegado.

Las purgaciones, como dicen las cocottes, no es una enfermedad pour rire, y así lo precisa el nieto de Mesonero Romanos, que hizo la foto para el ABCde la boda explosiva, siendo ya médico de la Beneficencia y alertando contra la chaude-pisse. Al asesino, el sexo loco le hizo perder el tino, y la vida, porque al dejar vivo al rey quedó sentenciado. Los miembros de su banda, aunque otra vez los sicarios de la desinformación dijeran que actuó solo, le sacaron en volandas del tapón de sangre del edificio de Casa Ciriaco y le dieron matarile en la finca del ministro de la Gobernación. Ha sido tanta la lenidad de la investigación que no queda otra que lanzar los testículos de Morral contra la fachada de la decadente institución, a la que son de receta los versos de Machado: "Academia miserable, ayer dominadora, envuelta en sus harapos, desprecia cuanto ignora…".

Los encargados del cadáver, tras examinar el destrozo, incluida la devastación de la bolsa escrotal, le cambiaron de calzoncillos, siendo descubierto en Torrejón de Ardoz con unos blancos rayados, y en Madrid con otros de los colores del Barça, manda huevos.

La primera vez que analizamos los informes no acabamos de ver que la enfermedad venérea había salvado a la realeza, aunque siempre se ha creído lo contrario, pero nos apercibimos de que había desempeñado el papel más importante. El muerto nos habla poniendo de manifiesto que entre sus ingles estaba el destino, lo que puesta en marcha la investigación pionera quedó meridiano en la reconstrucción de los hechos. En cambio a los periodistillas, escritorzuelos y escribanos les dio por la lírica, exaltando la entrega de la criminalidad romántica y llenando así las páginas de la historia de babas sangrientas, para lo cual era imprescindible ocultar que Morral falló por lo que más le dolía, a pesar de la jeringa uretral y el permanganato.

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