El último verano de la URSS. Del mar Báltico al mar Negro de Sara Gutiérrez (Reino de Cordelia) es un libro de esos para tener. Un formato precioso, unas ilustraciones magníficas a cargo de Pedro Arjona y una prosa viva, con la energía de la juventud, cercana y poco usual. De risas y penurias como la vida misma.
Aunque somos pocos los que no nos cansamos de denunciar los 100 millones de muertos imputables al comunismo en el mundo, la ideología más criminal que jamás haya existido, la vida también se abrió paso como pudo, donde pone vida leamos supervivencia de pueblo ruso, en aquellos países. El libro de Sara Gutiérrez es un informe, a modo de diario de viaje, de una joven española que hace treinta años aterrizó en una de esas pequeñas ciudades de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. En los albores de los años 90, cuando quedan pocos meses para la disolución, cruza "del mar Báltico al mar Negro un único país, por última vez", "donde las estrellas rojas y los emblemas de la hoz y el martillo comenzaban a convivir con el logotipo de McDonalds".
Sara es una ovetense que tras acabar la carrera de Medicina decide hacer la especialidad de Oftalmología en Jarkov (ahora Ucrania). Le conceden una beca y lo primero que le recomiendan es que si va se lleve papel higiénico y colonia. Decide marcharse y cuando llega al aeropuerto, se había subido "al avión más chungo de cuantos estaban aparcados aquella noche en Barajas" nadie va a recogerla. Le cuentan que justo ese día es el aniversario de la "revolución" de octubre (allí noviembre) y que todo el mundo está de fiesta.
Tras un periplo por algunas residencias y gracias a la amabilidad de otros estudiantes, procedentes la mayoría de países afines al régimen soviético (latinoamericanos, iraníes…), Sara consigue arrancar su vida allí. El relato al detalle de cómo se va haciendo con "las reglas del mercado" cotidianas de un país comunista, "una sociedad fallida", es uno de los grandes valores del libro.
Cortapisas e infinitos permisos para moverte por el interior del país, los atajos burocráticos, el soborno, "la corrupción se movía de lo más pequeño a lo más grande", el regateo por todo lo que compraras, las colas sin saber muy bien qué ofrecían ese día, a veces nada, eran colas fantasma o "una pandilla de bromistas"; que los cuchillos habían sido desterrados de las cuberterías públicas; comer "en uno de los restaurantes más lujosos de la ciudad" por "unos nueve rublos, apenas un dólar"; comprar carne por trozos, calamares o pollo que "venían en un bloque de hielo y rompían contra el bordillo de la calle" para darte un pedazo. Cuenta que había que "ir con los ojos muy abiertos y cualquier cosa que vieras que pensaras que podía tener utilidad para ti o para otro para hacer luego el trueque...". Todo el día pensando en el consumo. "Tizas chinas para acabar con las cucarachas, había muchos productos chinos". Lo difícil de hacerte con unos zapatos de tu talla; los mercadillos en las paradas de tren con productos de huertos particulares; o que una vez escuchó que "una señora tenía a su marido muerto en la bañera porque no encontraba madera para el ataúd".
Escribe Sara sobre el tedioso servicio público que recibías en un restaurante, estatal, como todo:
Era imposible escapar al sufrimiento gratuito. Infligirlo formaba parte del concepto nacional de servicio público, como si el placer malsano obtenido por la libre explotación (abuso) de la cuota de poder inherente al cargo, cada uno al suyo, constituyese el complemento debido y pagado en negro de los exiguos sueldos.
La autora es testigo, por sorpresa, del final de la Unión Soviética: de las manifestaciones, del trasiego de personas, desplazados por el régimen a otros lugares que ahora huyen por miedo a las represalias, "el resurgir de la religión y la identidad de la gente". Además, Sara y una compañera hacen un viaje turístico en tren lo que les da la oportunidad de charlar con muchos rusos que a pesar de los "miedos políticos y las penurias" comparten lo que tienen. Entre ellos, por ejemplo, conocen a unas personas que iban a visitar a familiares afectados por la fuga nuclear de Chernóbil.
Sara Gutiérrez
Médico, traductora del ruso, escritora y periodista. Premio Extraordinario de Medicina Universidad de Oviedo, se especializó en Oftalmología en Járkov, Ucrania (1989-1992) y Moscú, Rusia (1992-1995), estudios que le fueron homologados en España en 1996. Ha escrito numerosos artículos científicos, participado como ponente en múltiples congresos y pronunciado conferencias sobre su especialidad clínica. En 2006 cofundó Ingenio de Comunicación, Contenidos y Divertinajes. Asesoró en 1997 en París a la empresa editora de la revista Marie Claire para el lanzamiento de su edición rusa.