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Las verdades y mentiras que rodearon a Antonio Gala

Antonio Gala ha muerto a los 92 años en Córdoba, según ha informado el Patronato de su Fundación.

Antonio Gala ha muerto a los 92 años en Córdoba, según ha informado el Patronato de su Fundación.
Antonio Gala. | Gtres

Fue Antonio Gala en décadas pasadas un personaje habitual en veladas sociales donde lucía su florido verbo ante unos vecinos de mesa, preferentemente damas que se lo disputaban. Tuve el placer de escucharlo en alguna de esas ocasiones y, embobados, realmente, la sopa se nos quedaba fría, llegaba el camarero con el segundo plato y el escritor continuaba perorando sin desmayo, acompañándose de muecas, risas y cucamonas. "El español que mejor habla", llegó a definirlo nuestra Reina doña Sofía. Llevaba años callado, ausente de esos saraos de antaño, recluido primero en su finca malagueña, como si antes de tiempo hubiera querido algo así como exiliarse de este mundo, ajeno a sus pompas y vanidades, él que tanto gustaba de ellas por mucho que lo negara con evidente falsa modestia. Un ser de extraordinaria cultura, ya insistimos que infatigable y ameno, aunque también pesado conversador, y escritor con mayúsculas a través de varios géneros, primero el teatro, la poesía siempre, la novela, y el cine y la televisión bien con guiones propios o adaptado por otros.

Ya era nada más nacer un niño de nombre competitivo como los de la Familia Real: Antonio Ángel Custodio Sergio Alejandro María de los Dolores Reina de los Mártires de la Santísima Trinidad y de Todos los Santos del Sagrado Corazón. Algo que evidentemente no se le podía atribuir a su egocentrismo posterior, sino al deseo de su madre. Nació en Brazatortas (Ciudad Real) el 2 de octubre de 1930, según la partida de nacimiento donde figura inscrito, la iglesia parroquial de San Ildefonso. La fecha en que vino a este valle de lágrimas ha sido alterada muchas veces por el propio interesado, siempre coqueto, y ello ha dado lugar a que en enciclopedias y textos varios aparezca datada erróneamente. Tampoco es grave el asunto. Como su empeño es proclamar que donde nació fue en Córdoba, algo absolutamente falso. Una cosa perfectamente aceptada es que uno se sienta natural del sitio que le salga de las narices y otra manipularlo arbitrariamente. Si su cultura, el inicio de sus conocimientos los sitúa en la capital de los Califas, estaba en su derecho. Cordobés "de vocación, cultura y estudio", apuntó él mismo. Lo cierto es que era natural de dicho pueblo manchego (el mismo de Millán, el de Martes y Trece), y que allí residió nueve años, en el hogar de doña Adoración Velasco, su madre, oriunda de la provincia segoviana y el de su padre, don Luis Gala, natural de Setúbal (Portugal), médico de profesión. Y como la vida y obra de Antonio Gala ha sido pródiga en estrenos teatrales, unos más felices que otros, con una continuada y numerosa carrera literaria en los géneros ya citados, nos sería imposible condensarla aquí. Hemos de limitarnos a plasmar algunos retazos de su rica personalidad.

Fue siempre un ser apasionado, cuyas experiencias amorosas las fue trasladando en sus escritos, incluso siendo él de naturaleza homosexual adjudicándolas a personajes femeninos. Por ejemplo, en "La pasión turca". Llevada su novela al cine no satisfizo a su autor, que hasta puso en solfa el ardor de Ana Belén en la interpretación. Y sin embargo, Antonio Gala siempre se manifestó poco querido, con amantes que lo fueron abandonando con los años. Uno de ellos fue un joven asturiano que llegó a Madrid con el deseo de estudiar Ciencias Biológicas, llamado Luis, y acabó siendo secretario –y algo más- del escritor. Le servía lo mismo para un roto que para un descosido, llevándolo a todas partes. Los amantes de Antonio Gala eran secretarios por el día y amantes por la noche.

Jesús Quintero solía entrevistarlo cada vez que estrenaba una comedia o publicaba un libro. Y un día le preguntó si había probado varón, o si en todo caso qué le faltaba por probar en esta vida. Y Gala se fue por los cerros de Úbeda: "Me falta probar las lentejas". Vanidoso, a pesar de que sus apariciones en televisión las dosificaba en función de la publicidad de sus obras en su justo momento, lo recordaba José María Íñigo, diciendo que de los diez minutos que había acordado con él se los saltaba a la torera y no había modo y manera de interrumpir su imparable y florida verborrea. "En España hablar solo es la única manera de ser coherente", ya le había dicho al Loco de la Colina. Al que le expresó también lo que pensaba sobre el amor en los matrimonios: "Si son de gays igual que los demás son dos personas –no que se aman, eso es una idiotez- que viven juntos, que conviven y que por tanto tienen los mismos derechos, por ejemplo, cuando uno fallezca o cuando alguno se ponga malo o cuando a uno le tengan que pagar una pensión". Esa era la opinión de uno de nuestros autores que más ha pontificado sobre los sentimientos amatorios.

Disimuló siempre cuanto pudo si se le preguntaba por qué no estaba en la Academia de la Lengua ni haber sido nunca aspirante al premio Cervantes, respondiendo en todas las ocasiones que ello no le quitaba el sueño. La verdad es que otros han alcanzado uno o los dos honores y no fueron nunca tan populares como él, ni vendieron tantos libros, ni firmaron centenares de ellos en la Feria del Libro, y tampoco lograron que sus obras teatrales consiguieran muchas representaciones. Andrés Arconada, en su bien documentado libro sobre Concha Velasco Diario de una actriz revelaba que durante un almuerzo compartido con ella y con el dramaturgo, éste le reprochó a la vallisoletana el comentario que había hecho recordando cariñosamente sus ancestros, los abuelos, los padres… "Eres una antigua", le soltó. Concha estrenó varias obras de Gala. De la admiración mutua a veces pasaban a acaloradas discusiones, la mayoría de ellas debido al carácter del manchego-cordobés, que enfadado, fue siempre terrible, medio histérico.

Puso hace mucho tiempo de moda llevar bastón, en desuso hacía más de un siglo salvo por necesidad. Muchos se los regalaban, algunos de gran valor. Pero sin duda lo que no puede separarse de su figura es la compañía de los perros. A su preferido le puso de nombre "Troylo", sirviéndole para una sección en El País, donde imaginaba en cada artículo charlar con el can. Otros de ellos han llevado también apelativos curiosos: "Ariel", "Mambrú" y "Rampín". Cuando iban muriendo con gran dolor para su dueño, los iba sustituyendo, correteando por la finca que adquirió en la localidad malagueña de Alhaurín el Grande: un cortijo del siglo XVIII por cuyas tierras atraviesa un riachuelo. El nombre de la mansión, decorada, ambientada con exquisito gusto, es el de "La Baltasara", en recuerdo de una gran actriz del Siglo de Oro. Allí es donde vivía retirado desde hace unos años, pues repartía sus quehaceres entre la finca y su casa madrileña. Su última obra representada es de 2003, Inés desabrochada. Y libros posteriores Los papeles del agua, novela, en 2008, y una serie de aforismos recopilados, Quintaesencia, de 2012. Dejó de escribir su sección de tantos años en El Mundo, que tituló "La tronera". La pergeñaba a mano, con su letra minúscula en una libreta y luego su secretario la pasaba a ordenador, enviando el texto al periódico. En una de las cuáles llegó a escribir cuáles eran sus amores: "Córdoba es mi madre, Sevilla fue y sigue siendo mi novia y Granada, mi amante". En esa sección llegó a publicar en julio de 2011 que su muerte estaba cercana. Después de que le hubieran extirpado un trozo de intestino, sufrió cáncer de colon. Un par de años después pudo anunciar, gozoso, que estaba curado. Pero sus alifafes continuarían. Delgado, sin apetito, transcurrieron los años siguientes.

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Antonio Gala | Archivo

En alguna parte dejó dicho que cuando le llegara su hora final quería ser enterrado en la sede de su Fundación Jóvenes Creadores, sita en Córdoba, donde corría de su cuenta el apoyo que brindó a un número seleccionado de jóvenes creadores, un convento de la capital de los Califas donde se enclaustró voluntariamente hace quince años.

Sus convicciones religiosas lo llevaron siempre a dudas y contradicciones. Resulta que por diferencias con su padre, entró en un periodo de rebeldía, acabando ingresado en un convento de cartujos, en el que permaneció poco tiempo. La mansedumbre no era una de sus virtudes. Lo expulsaron. Luego su vida transcurrió entre sus continuas pasiones literarias, que cultivó a través de varios géneros, ya decíamos: la poesía, dramaturgia, novela, teatro, articulismo… Su oratoria era altisonante, algo cursi, fuera de tiempo, pero dotada de un dominio absoluto del lenguaje.

Personalmente, Antonio, era un ser fantástico, imposible de catalogar en la sociología actual. Parecía un ser de aquel lejano Siglo de Oro. Encantador en el trato, aunque manifiestamente pedante. Irritaba a sus contertulios, aunque al principio de sus intervenciones resultara brillantísimo para acabar hastiando. No tenía medida cuando tomaba parte en una conversación. Participó en actos políticos, derivando hacia la izquierda, la del PSOE de Alfonso Guerra, de quien era muy amigo. Su deriva homosexual, tan evidente, tenía unos antecedentes divertidos: cuando en su primera época iba a firmar ejemplares en la Feria del Libro de Madrid, si accedían a él jóvenes de atractiva presencia en demanda de unos garabatos en alguno de sus libros, él, con una sonrisa cómplice, añadía a su rúbrica el número de su teléfono particular. Por si "picaban"…

Qué duda cabe que se nos ha ido uno de los españoles más brillantes, erudito sin discusión alguna, intelectual y escritor más o menos discutido, personaje contradictorio, brillante con su lirismo, sensible personaje literario. Que cansado ya de vanidades, prefirió retirarse en los últimos años a una soledad elegida. Con razón, le dijo a un periodista que fue a entrevistarlo en sus últimos tiempos: "A veces se vive de más".

Ahora puede disfrutar como quería de la vida eterna.

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