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'Bored to death' es mi placer culpable

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Bored to deathVaya por delante que Bored to death, telecomedia de la HBO cancelada hace unas pocas semanas después de sólo tres temporadas, contaba con más elementos en contra que activos a favor a la hora de capturar a un servidor. No obstante, la corta duración de sus temporadas –tan sólo ocho capítulos cada una-, la presencia de Ted Danson y lo seductor de su escenario urbano, los barrios intelectuales de la Gran Manzana, obraron el milagro. Sin tratarse de uno de los habituales logros de la cadena que hizo nacer a Los Soprano o Boardwalk Empire, a partir de -más o menos- el sexto episodio de la primera temporada Bored to Death colma sus propias aspiraciones: ser una comedia tan pervertida como amable, que parodia de forma deliciosamente infantil el cine negro y la literatura hard-boiled pero, sobre todo, el estereotipo de intelectual alienado –y judío- representado por su protagonista, un joven escritor adicto a la marihuana que no logra salir de su bloqueo creativo y que, abandonado por su novia, decide ganarse un sueldo extra ejerciendo de detective privado sin licencia…

Jonathan Ames, que así se llama el susodicho, está interpretado por Jason Schwartzman, el narigudo fetiche del director Wes Anderson (Los Tenenbaum, Retorno a Darjeeling), que también canta la introducción de la serie, y con el que he logrado congraciarme a raíz de su aparición aquí. Schwartzman está acompañado del orondo barbudo Zach Galifianakis (Resacón en Las Vegas), que interpreta a Ted, un alelado pero sensible dibujante de cómics obsesionado con su pareja y el sexo en general, y George (un entrañable Ted Danson), el acaudalado jefe de Jonathan y editor de la prestigiosa (y ficticia) revista Edition, y que como los anteriores, también vive obsesionado, pero por fumar marihuana y acostarse con cualquier mujer que le pase por delante. El trío maravillas acabará implicándose en los casos de Jonathan y formando un equipo bastante incompetente, aunque dada la nula dificultad de los casos que se le presentan a Ames (que oscilan entre recuperar un monopatín o un guión de Jim Jarmusch (¡!), hacerse una limpieza de colon o rescatar un chucho) acaba resultando altamente eficaz en su cometido.

No debe extrañarnos que el héroe de la función adopte el nombre del propio creador de la serie, el escritor y ex columnista del New York Press Jonathan Ames (centro de la imagen). Ames debe de responder con excesiva complacencia al estereotipo que interpreta con más inocencia Schwartzman en la serie, es decir, la del escritor ególatra y falsamente controvertido que consigue que todo gire en torno a sus obsesiones, quizá convencido de que éstas le convierten en alguien especial. El caso es que ese egocentrismo, su aire de superioridad intelectual, es lo que acaba proporcionando a la serie algunas de sus más locas y deliciosas ideas, una vez supera esa sensación de sopor que atasca sus primeros capítulos y acabamos aceptando esa bonita levedad que, en realidad, es tan propia de los géneros literarios que parodia. En efecto, una vez dejamos atrás la mediocre presentación de los personajes, la serie crece significativamente tanto a nivel técnico como en la calidad de sus textos. Ames consigue que simpaticemos con su trío de ases protagonistas gracias a la comprensión y lucidez con que dibuja su caricatura.

Ejemplo de ello podría ser el sutil intercambio entre realidad y ficción que se produce a medida que profundizamos en la persona dramática de Jonathan Ames. A modo de ejemplo, citar el momento en el que éste descubre que el crítico literario y sociópata Hodgman, que se presenta como el archienemigo del protagonista, acaba escribiendo para su disgusto un relato sobre él –y por tanto, ficcionalizando un personaje que ya era en sí mismo una versión del Ames real-, adelantándose a la intención del propio Jonathan de escribir sobre sus aventuras detectivescas…. O por no ser tan complicado, las referencias a la decadencia del sector de la literatura y la prensa en papel, que provocan el imparable declive de la revista de George. Es más, los protagonistas de la serie, todos ellos escritores fracasados, acaban la primera temporada enfrentándose en un combate de boxeo con sus respectivos críticos, retratados como si fueran sus némesis diabólicas y sensacionalistas. Ames parece tremendamente familiarizado con ese mundo y encuentra un enorme placer en desubicar al estereotipo del intelectual pretencioso y ubicarlo en todo tipo situaciones peligrosas y arriesgadas, típicas de un héroe de acción, para mostrar sus reacciones. También –por supuesto, dado el aprensivo círculo intelectual en el que nos manejamos- está la constante amenaza de la muerte, que se manifiesta en las múltiples referencias al cáncer presentes en la serie, y que nos recuerdan a ese otro intelectual de Brooklyn que responde al nombre de Woody Allen…

Pero quizá más importante que todo esto es la eficacia con la que la serie va engordando su galería de personajes recurrentes y creando cierto universo propio. En este aspecto, las intervenciones especiales de actores de prestigio van cobrando una importancia creciente en Bored to death, con apariciones de Kevin Bacon –interpretándose a sí mismo-, la espléndida cómica Kristen Wiig –como una psicópata sexual-, Oliver Platt –el director de una revista rival a la de George-; la bellísima Olivia Thirlby; F. Murray Abraham –que encarga al protagonista recuperar un manuscrito de Kerouac- o el propio y real Jonathan Ames, que aparece sin ropa en uno de los abundantes, gratuitos y bastante frontales desnudos de la serie (y que avisamos, son tanto femeninos como masculinos, y al episodio de la sauna me remito).

Ames, en definitiva, nos engancha a la serie gracias a sus depresivos personajes. Como decía arriba, he logrado congraciarme con Jason Schwartzman, un actor al que habitualmente no soportaba pero que parece pertenecer, literalmente, al mundo retratado en Bored to death (“nunca he montado a caballo. Soy judío”). Zach Galifianakis, con sus eternas ojeras (“me han pintado los ojos en negro”), realiza su mejor papel cómico y consigue convertir su personaje de Resacón en Las Vegas en un individuo de carne y hueso. Y Ted Danson está sencillamente magistral como el aristócrata George (“me declaro fiscalmente responsable y sexualmente fuera de control”). Desconozco el plan de grabación de la serie, pero el que fue protagonista de Cheers debió compaginar su grabación con el papel protagonista que ostenta ahora en CSI: Las Vegas. Ver al respecto como afronta su personaje cuando a éste le diagnostican el cáncer de próstata (“no puedo morir, aún no he comprendido nada”), o ese breve instante en el que ayuda a Jonathan Ames a desprenderse de un traje de cuero tras huir de una sesión de bondage (¡!), que dan dan la medida de la inesperada ternura que despierta la serie, y que personalmente he encontrando donde menos esperaba.

En definitiva, y para no extendernos más, ese tono nunca demasiado serio que apela a la sonrisa constante, así como la luminosa y cuidada fotografía de Brooklyn, con el retrato de la plácida vida de los barrios intelectuales de la Gran Manzana, acaba ganando la partida en Bored to death. Una agradable sorpresa para quien esto suscribe, de la que no veremos más temporadas pese a que su audiencia era correcta, manteniendo las de la serie que la precedía, Curb your enthusiasm (El show de Larry David). Una pena, aunque quién sabe, quizá HBO le haya hecho un favor a Ames, evitando el que parece ser el mal congénito de los seriales televisivos, es decir, el puro y duro desgaste.

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comentarios
1 Favila, día

Lo bueno debería empezar antes.... mi paciencia se acabo con el segundo, como para esperar al sexto.