Menú

'Brooklyn Nine-Nine': proteger, servir, ¿divertir?

0

Brooklyn Nine Nine

Brooklyn Nine-Nine dio la sorpresa de la noche en los pasados Globos de Oro, haciéndose con los premios de mejor comedia televisiva, desplazando a otras con más prensa y más veteranas como Girls (la gran favorita) o incluso Veep, y también el de mejor actor, que recayó en el cómico de Saturday Night Live Andy Samberg. Más allá del comentario que nos puedan merecer esos galardones (sobrevalorados, tramposos, condescendientes…¿y he dicho tramposos?) , lo cierto es que hace unos meses nadie esperaba demasiado de la comedia emitida por Fox, que sin embargo se ha mantenido estable en las audiencias y con un sólido apoyo crítico.

Esto debería bastar para valorar en su justa medida la serie, que -vamos a decirlo lo primero- expresa bastante bien la tesitura actual en las series cómicas después de un buen puñado de años saboreando la gloria. Lo reconozco: la comedia americana se ha dejado por el camino un poco del punch exhibido hace una década, cuando los chicos de Judd Apatow y toda una horda de privilegiados cómicos consiguieron darle una buena vuelta de tuerca a los estereotipos de la sitcom, tanto visual (liberándola con fuerza del esquema multicámara) como narrativamente (el célebre mockumentary, importado sin embargo de otros ámbitos y nacionalidades). Apatow, por cierto, ahora anda liado con Girls, pero como decían en Conan, eso es otra historia.

No obstante, no nos engañemos, la serie corre el riesgo de llevarse más tortas de las debidas y antes de tiempo, de pasar desapercibida en un panorama de obras maestras de psicología oscura y retorcida. Para empezar, se trata de una comedia desenfadada y no un drama de esos que los buscadores de obras maestras nos venden semana sí, semana también, lo que siempre conlleva cierto grado de menosprecio. Y además Brooklyn Nine-Nine escoge voluntariamente la vía del humor cafre y adolescente, la de la parodia de los sobados estereotipos policiales, algo que ni siquiera resulta especialmente original. Todo ello en un momento en el que las cadenas de cable han elevado el listón del entretenimiento adulto tan alto que parece que se nos ha olvidado la dramaturgia de una buena risa enlatada. Contrastes.

En definitiva, defender Brooklyn Nine-Nine entraña ciertos riesgos personales, entre ellos la desventaja de lo difícil que resulta explicar (y crear) el humor, cuya recepción y aplauso es tan íntimo y personal como lo que más. Por su propia naturaleza, la comedia -ya sea cafre, adolescente o elegante- depende más de cierta alquimia que de reglas objetivas, siempre estará subestimada frente a otros géneros “mayores”.

Pero lo cierto es que entre todo este cúmulo de autonegaciones, como digo asumidas por la propia serie, Brooklyn Nine-Nine se consume extremadamente bien. Y no sólo eso: en su apología de las réplicas y las frases rápidas, del humor chorra, también es capaz de significar cosas y definir personajes, eso sí, sin colgarse medallas ni exhibir soberbia alguna. Para que empiecen a imaginarse la serie, ésta tiene ecos de una de las grandes sitcom americana reciente, The Office (sus creadores Dan Goor y Michael Schur, salieron de su cantera) en tanto se ambienta en un lugar de trabajo que es, en realidad, el escenario de chiquilladas varias. Y se apoya muchísimo en el carisma de dos de sus estrellas, el detective Peralta (Samberg) y el nuevo y severo capitán de la comisaría, encarnado por el veterano Andre Braugher. Pero todo con modestia y mucho, mucho, afán de entretener, aunque ello implique consumo rápido. No sé a ustedes, pero a mí me hacía falta.

La dinámica que se crea entre los dos, Peralta y Holt, sin llegar a desplazar la sucesión de gags, expresa el que en realidad es el meollo de la función: a lo mejor todos somos niños grandes en un contexto adulto. Samberg, que se hizo famoso con un puñado de virales a ritmo de rap, está perfecto en el papel. Despierto y a la vez estúpido, cargante pero carismático, Peralta es el tío que rompe las reglas y expresa sin tapujos aquello que en realidad pensamos. Mientras, el veterano Braugher encarna a Holt como un jefe autoritario e indescrifrable (y negro, y viejo, y gay), pero que resulta aún más sorprendente una vez empezamos a rascar. Un pez fuera del agua capaz de ponerse a la altura de su subalterno, o mejor, de hacer que éste se ponga a la suya, y cuya gracia se basa precisamente en parecer… eso, un pez fuera del agua. El resto del pintoresco reparto cumple con creces, y que sus personajes resulten planos no tiene por qué resultar un inconveniente, de la misma manera que lo esquemático de la trama de El Guateque le restaba química al asunto.

Si New Girl aplicaba esta fórmula a la comedia sentimental con guerra de sexos, en Brooklyn Nine-Nine el mismo tono ligero y desenfadado se desplaza de un piso de soltero a una comisaría. Los sobadísimos clichés policiales dan para mucho, y esta vez todo se complementa con unas buenas dosis de parodia de los estereotipados procedimentales y de toda película de acción habida y por haber. Hay de todo, desde los carnavales pop setenteros (esos títulos de crédito) a las buddy-movies de los ochenta y el thriller de asesinatos. Como a mí me gustan todas ellas, unas y otras, comprenderán lo a gusto que me siento con los lugares que propone la serie.

No creo que Brooklyn Nine-Nine se merezca dos Globos de Oro, aunque a quién le importa: a lo tonto, la decena de episodios disponibles hasta ahora se consumen de una tacada, algo que no pueden decir muchas de sus competidoras.

Herramientas

0
comentarios