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José Leandro Andrade, la primera gran estrella negra del fútbol y sus consecuencias

Fue una de las grandes estrellas de los albores del fútbol. Fama que no supo gestionar. Murió sólo y pobre. Pero su leyenda es eterna.

Fue una de las grandes estrellas de los albores del fútbol. Fama que no supo gestionar. Murió sólo y pobre. Pero su leyenda es eterna.
José Leandro Andrade con la camiseta de la selección Uruguay. | Archivo

El 5 de octubre de 1957 fallecía José Leandro Andrade. Se marchaba a los 56 años el futbolista que había roto el establishment del fútbol. Que había abierto los ojos a tantos. Que había enamorado a aficionados y, sobre todo, aficionadas. Y lo hacía en plena soledad y pobreza. La tragedia comenzó en su momento más álgido. No estaba preparado para ser tan bueno.

Porque José Leandro Andrade había nacido el 22 de noviembre de 1901 hijo de un padre uruguayo y una madre argentina. Su familia era de origen africano, y había llegado a Sudamérica como esclavos. Finalmente se asienta en Salto, Uruguay, la misma ciudad que vería nacer, mucho más tarde, a Luis Suárez y Edinson Cavani.

Su infancia la pasa rodeado de pobreza, pero alegría. Es fanático del carnaval, y aprende a tocar el tamboril. Para poder ayudar en casa, desempeña varias labores callejeras como limpiabotas o repartidor de periódicos.

Es en el club del barrio, el Misiones, donde toma su primer contacto con el fútbol. Y en el Bella Vista, club de Montevideo, donde comienza a tomárselo más en serio. Ahí llega en 1920, con apenas 19 años, y coincide con un futbolista eterno: José Nasazzi, uno de los más grandes de todos los tiempos, y que será desde entonces su principal valedor.

En 1924 se marchan juntos a Nacional. Pero ya antes habían debutado juntos con la selección absoluta. Lo hacen en 1923, año en que Uruguay se hace con la Copa América. Se estaba construyendo un equipo que haría historia, y Andrade era parte fundamental del mismo.

Un futbolista que llama poderosamente la atención por su altura, mide 1'80; por su carácter aguerrido para jugar como centrocampista pero a su vez de una calidad impropia para su posición en aquella época; y sobre todo porque es negro. Pocos jugadores de color se habían visto entonces. Sin duda, José Leandro Andrade sería el primero que alcanzaría fama mundial, elevando un escalón más lo logrado por Arthur Friedenreich, el desconocido brasileño que marcó más goles que Pelé; o incluso Walter Tull, el futbolista que rompió todas las barreras del racismo. Previo incluso a la eclosión de Leónidas da Silva, la primera gran estrella del fútbol brasileño.

La magia de París

Porque José Leandro Andrade es un futbolista especial. Dentro y fuera del campo. Y ello queda bien claro durante la disputa de los Juegos Olímpicos de París de 1924. Juegos a los que Uruguay llega prácticamente como invitado figurante, y termina por hacerse con el oro.

Es especialmente el duelo de cuartos de final ante la anfitriona, Francia, el que lo cambia todo. 30.000 espectadores se dan cita en el estadio confiando en una victoria cómoda de los suyos. Nada más lejos de la realidad: Uruguay se impone 5 a 1. Los presentes se frotan los ojos ante aquel fútbol vistoso, dinámico y divertido. Algo que no han visto nunca. Y hay un futbolista que llama poderosamente la atención. Por su juego, y por su físico. Algo casi exótico. Ahí nace la leyenda de La Maravilla Negra.

Andrade aprovecha aquella nueva situación ante la que se encuentra para disfrutarla. Va y viene del hotel de concentración del equipo, para codearse con las chicas francesas de la alta sociedad que caen rendidas ante sus encantos. La París de los años 20 es el epicentro del mundo, y Andrade quiere gozarlo en todas sus posibilidades. Aparece en los mejores locales, en los mejores barrios. Incluso, un compañero de equipo relataría "en apartamentos de lujo en las áreas más exclusivas de la ciudad, rodeado de hermosas mujeres, como un sultán en su harem". Una periodista de la época le define como "una extraña combinación de civilización y barbarismo, más que el mejor gigoló".

Pero todo aquello tendrá un precio. Y ya no sólo en su arrogancia. Al regresar a Uruguay, donde es recibido como un héroe, la comunidad negra de Montevideo organiza una fiesta de bienvenida en su honor. Andrade no acude. París lo ha cambiado, quizá demasiado.

Poco más tarde se descubre que tiene sífilis. Nunca se sabrá, pero todo apunta a que fruto de sus noches locas en París. La Ciudad de las Luces le había dado la gloria, pero había sembrado ya la semilla de su tragedia.

El triplete histórico

Con todo, José Leandro Andrade continúa jugando. Todavía en 1924 conquista su segunda Copa América. Y en 1926, la tercera. Una edición en la que Andrade es elegido mejor futbolista del campeonato.

En 1928 llega la reválida en los Juegos Olímpicos de Amsterdam. Uruguay, con Andrade aún como pieza clave, vuelve a hacerse con el oro. Se impone a los anfitriones (2-0), a Alemania (4-1), a Italia (3-2) y a Argentina en la final (2-1).

Richard Hofmann, jugador alemán que se enfrentó a Uruguay en cuartos, describiría a Andrade como "un artista del futbol que podía hacerlo todo con la pelota. Un chico alto con movimientos elásticos que siempre prefiere el juego directo y elegante al contacto físico, y que piensa las jugadas mucho antes de ejecutarlas".

El Mundial de 1930 culminaría el triplete uruguayo que muchos reconocen, entre ellos la FIFA. Es el primero que se celebra como tal, pero se da por válido que los dos Juegos celebrados anteriormente son igual campeonatos del mundo. Por tanto, Uruguay tendría cuatro (sumando el de 1950).

Y el de 1930, además, se disputa en casa. Andrade, pese a encontrarse ya en declive con el avance de su enfermedad, forma parte de la selección uruguaya que se hace con el Mundial. No sólo eso: será incluido en el 11 ideal del campeonato. Sus últimos coletazos como gran futbolista sirven para que su selección se proclame campeona del mundo. Para que él quede como leyenda eterna.

La inevitable caída

Porque a partir de entonces, de fútbol, poco. Pasa por algunos equipos más, como Peñarol, Atlanta o Lanús. Se retira en Montevideo Wanderers en 1935. Pierde la visión completa de un ojo. Se cuenta que por un golpe con un palo durante un partido, pero más probablemente sea por el desarrollo de la sífilis.

La parábola descendente de Andrade es tan dramática como efervescente había sido en su ascenso. Ve cómo apenas tiene dinero y nadie le ayuda. Aquí entra también la teoría de influencias racistas, visto el buen trato que recibieron siempre sus compañeros de selección, con cargos directos incluidos como compensación, por nada recibido por Andrade.

Y lo poco que tiene se va en alcohol. Quizá para ahuyentar los demonios de la cabeza. Quizá para olvidar la gloria que había tocado con las manos y ahora se desvanecía como un sueño lejano. Las calles de Montevideo que le habían adorado y admirado, ahora le ven vagar como un fantasma.

Poco a poco la vida de José Leandro Andrade se va apagando. De cada vez más pobre, más enfermo, y más aislado. Hasta que el 5 de octubre de 1957 es hallado muerto. En una habitación minúscula, con una cama, un armario, y una caja de zapatos.

Al abrir la caja, podían encontrarse las medallas ganadas. El oro del Mundial de fútbol. Los dos oros olímpicos. Las tres Copa América. El aroma a la leyenda futbolística que había sido. El rescoldo para no olvidar quien fuera la primera gran estrella negra.

El hijo de un esclavo libre que había roto muchas cadenas que aún, invisibles, se mantenían. Quien terminaría siendo nombrado entre los 20 mejores jugadores sudamericanos de todos los tiempos. La Maravilla Negra, que había alcanzado la gloria, aunque el precio a pagar por ella había sido demasiado alto.

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