Este miércoles 31 de julio cumpliría 55 años la que probablemente haya sido la mejor jugadora de vóley de toda la historia. Pero Flo Hyman falleció en la pista mientras disputada un partido. Se desplomó en mitad de la cancha y, en cuestión de segundos, se había ido. Para siempre. Tenía 31 años. Entonces nadie lo sabía, pero sufría lo que hoy se denomina ‘Síndrome de Marfan’.
Tan grande como generosa
Flora ‘Flo’ Jean Hyman nacía en Inglewood, California, el 31 de julio de 1954. A los 12 años ya superaba el metro ochenta, lo que le acarreó continuas burlas en su infancia. Pero a través del deporte consiguió canalizar primero y sacar rédito después a su enorme envergadura. Probó primero con el baloncesto, donde, apuntan, hubiera sido una estrella.
Sin embargo, después de pasar una jornada de verano en la playa junto a su hermana, Hyman se enamoró del vóley. Ese día fue el vóley-playa, claro. Pero al regresar al instituto comenzó a tomarse más en serio el voleibol, y pronto se convirtió en una atleta a seguir.
En 1974 ingresó en la Universidad de Houston, convirtiéndose en la primera deportista femenina que recibía una beca de estudio. Beca que Hyman no aceptó al completo, para que el resto se pudiera repartir entre sus compañeras quienes, decía, también merecían esa ayuda.
Y en su etapa universitaria Hyman enamoró a todos. Por su generosidad, en la pista y fuera; por su aplicación en los estudios, graduándose en matemáticas y en educación física a la vez; y sobre todo por su calidad a la hora de jugar al vóley, convirtiéndose en una de las jugadoras universitarias más reconocidas. No en vano fue elegida en tres ocasiones en el equipo ideal de la liga universitaria, y elegida mejor jugadora en 1977.
Estrella internacional
Después de dos intentos fallidos del equipo nacional de voleibol de clasificarse para los Juegos Olímpicos, todas las esperanzas de regresar a una cita olímpica se focalizaban en Flo Hyman. A pesar de su juventud –ya era internacional con 20 años-, su calidad y sus 196 centímetros permitían soñar con ello.
Y lo cierto es que Estados Unidos, con Hyman como estrella, lograría el billete para los Juegos Olímpicos de Moscú 80’. "Si Flo está bien, el equipo lo está", decía su entrenador, Arie Selinger. Porque Flo Hyman era una jugadora muy completa: a su enorme poderío físico, que la hacía una rematadora temible para cualquier rival -siendo capaz de golpear al balón a más de 180 km/h- se le unía una inusitada velocidad de movimientos para su altura, así como una gran fuerza y precisión.
No obstante, el boicot decidido a última hora por su país le impidió acudir a la cita olímpica. Así que tendrá que ser en la Copa del Mundo de 1981 cuando Hyman se dé a conocer a ojos del mundo. Estados Unidos termina tercera, sólo derrotada por la inalcanzable China de Lang Ping, y Flo es elegida la mejor atacante del campeonato.
Al año siguiente Estados Unidos logra otra medalla de bronce en el mundial de Lima '82, confirmando pues que de la mano de Hyman el equipo ha pasado de ser un equipo de segunda fila en el concierto internacional, a pelear por las medallas en los grandes campeonatos. Flo fue elegida en el equipo ideal del campeonato.
El sueño olímpico
Finalmente el sueño olímpico se conseguirá en 1984. Y qué mejor manera de hacerlo que en casa, en Los Ángeles. A pesar del gran rendimiento del equipo y de la propia Flo Hyman, Estados Unidos tendrá que conformarse con la medalla de plata. Nada pueden hacer ante la inalcanzable China, que se impone en la final por 3 sets a 0.
En realidad, visto con la perspectiva de unos años atrás, cuando Estados Unidos ni siquiera conseguía clasificarse para los Juegos, era un gran resultado. Y así lo veía Hyman: "Estábamos todas llorando, pero ella se mostraba feliz, porque había cumplido su objetivo, había luchado por una medalla de oro", relataría una de sus compañeras de equipo.
Tras consagrarse como una de las mejores jugadoras del planeta, Hyman se marchó a la mejor liga del mundo, en Japón, donde importantes empresas patrocinaban el voleybol femenino. Ahí se enroló en el Daiei, al que catapultará hasta ser uno de los mejores equipos del país.
Paralelamente, aprovechó su fama para dar a conocer y luchar por diferentes derechos civiles y la igualdad de género. Como la Civil Rights Restoration Act, que obliga a los receptores de fondos a respetar los derechos civiles y no discriminar a las minorías. Ley que sería finalmente aprobada en 1988. O la aceptación real del Título Nueve de la Constitución, que prohíbe las discriminaciones sexuales en la selección de programas deportivos universitarios subvencionados con fondos públicos.
La tragedia en la cancha
Fue precisamente durante un partido con el Daiei cuando Flo Hyman se despidió del mundo. Era el 24 de enero de 1986. Y en la mente de Hyman, que aún no había cumplido los 32 años, estaba el regresar a casa tras acabar su segunda temporada en Japón. Quería iniciar una carrera como entrenadora, y poder transmitir todo aquello que el voleibol le había enseñado.
Pero su corazón no se lo permitió. En mitad del encuentro, en mitad de la pista, cayó al suelo desplomada. Se había ido. Al principio se achacó la muerte a un simple ataque al corazón. Pero la autopsia realizada unos días más tarde en su California natal reveló en realidad se había tratado de una disección aórtica provocada por el Síndrome de Marfan.
Un Síndrome de Marfan que jamás se le había diagnosticado, y que se trata de enfermedad rara del tejido conectivo, que afecta a distintas estructuras.
Una muerte que salvó vidas
Poco después de su muerte se multiplicaron los reconocimientos. En 1987 se creó el Flo Hyman Award, que premia a las deportistas que hayan destacado por su espíritu competitivo y la búsqueda de la excelencia. La primera ganadora fue la tenista Martina Navratilova, y entre otras lo han recibido grandes estrellas como Chris Evert, Lisa Lesia, Nadia Comaneci o Monica Seles. Y en 1999 la revista "Sports Illustrated" la eligió en el puesto 69º de entre los 100 mejores deportistas –hombres y mujeres- del siglo XX.
Pero su muerte también sirvió para salvar muchas vidas. Porque fue una muerte trágica y dolorosa, evidentemente, pero también evitable. Y puso el foco sobre la patología, permitiendo un aumento considerable del conocimiento sobre la misma.
Sin ir más lejos, se descubrió que su hermano sufría el mismo síndrome. Se le sometió a una operación quirúrgica, lo que sin duda salvó su vida. No fue la única. Hoy en día hay muchas personas con Síndrome de Marfan que han podido desarrollar una vida común. Incluso deportistas que han sido capaces de disfrutar de una carrera profesional. Isaiah Austin quizá sea el mejor ejemplo de ello. Pero, gracias a Flo Hyman, no el único. Ni el último…