
Los medios, con carácter general, han aplaudido la actuación del Gobierno de Sánchez negándose a enviar a ningún representante a la toma de posesión de la presidenta electa de México, Claudia Sheinbaum, que ha vetado la presencia del rey Felipe VI en la misma.
Una decisión sin titubeos, pero que quizás se ha quedado corta, teniendo en cuenta que Sheinbaum y el presidente saliente, AMLO, no se han quedado ahí. La primera, acusó al jefe del Estado español de haber "agraviado" al pueblo mexicano.
Andrés Manuel López Obrador, por su parte, recordó que el origen del desencuentro es que se le pidió al Rey "de manera respetuosa que ofrecieran una disculpa a los pueblos originarios (…) por las atrocidades cometidas durante la invasión europea". Y que, frente a este requerimiento, "actuaron con mucha prepotencia, nunca contestaron una carta respetuosa y formal, incluso sus intelectuales orgánicos, recuerdo que el señor (Mario) Vargas Llosa se lanzó muy fuerte, y otros en los programas de radio de España, en la televisión española insultándonos", lamentó.
Si bien los medios han alabado la decisión de no enviar a ningún representante oficial por el veto al jefe del Estado español, sí van a acudir representantes de Sumar, que forma parte de la coalición gubernamental.
Aunque por una vez el Gobierno haya actuado bien, tendría que haber ido más allá, a tenor de sus actuaciones previas. Si la arremetida de Milei contra la mujer del presidente del Gobierno, Begoña Gómez —en respuesta a las descalificaciones de Óscar Puente— provocó a la retirada de la embajadora en Argentina, el veto al jefe del Estado y posteriores descalificaciones deberían haber tenido una respuesta como poco similar.
Lo contrario es dejar a la vista de todo el mundo que alguien sin ninguna relevancia institucional y constitucional, como es Begoña Gómez, es capaz de provocar un incidente diplomático grave, mientras el veto y las descalificaciones al rey Felipe VI se quedan en una muestra de disconformidad y el no envío de representantes gubernamentales. Es decir: que para un presidente de un Gobierno constitucional es más importante cualquier asunto que afecte a su mujer que al jefe del Estado cuyo Gobierno preside. Curiosa escala de valores esta en la que presidente del Gobierno considera más grave que se agravie a su mujer que al Rey, que es de todos los españoles.
Palestina y Venezuela
Algo parecido ocurre con los casos de Venezuela y Palestina, que puestos uno al lado del otro muestran también una asimetría clara en las prioridades de Pedro Sánchez y su Gobierno y lo que el considera que es "el lado bueno de la historia".
En la respuesta de Israel a la masacre de Hamás del 7 de octubre el Gobierno de Sánchez no sólo mantuvo una postura crítica contra Israel, sino que en el momento álgido de la ofensiva, y en una comparecencia en Rafah —tras dar una lección vergonzosa y prepotente a Netanyahu sobre cómo luchar contra el terrorismo— anunció que reconocería el estado de Palestina, pretendiendo liderar esa posición en Europa, donde la inmensa mayoría de países han sido mucho más prudentes. En su discurso ya en el Congreso el día que se aprobó ese reconocimiento, Sánchez señaló que en el futuro se vería que España estuvo "en el lado correcto de la historia".
En el caso de Venezuela ha sido justo todo lo contrario: apelan a la prudencia que requiere una mediación, cuando en realidad la postura del Gobierno español, liderada por el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, no ha sido de mediación, sino claramente de parte, es decir: validar el mayor pucherazo de la historia de hispanoamérica y empujar al ganador, Edmundo González Urrutia al exilio —con una negociación vergonzosa en la embajada española en Caracas—, debilitando las aspiraciones de una oposición machacada y agotada.
Si en algo tenía que liderar España un proceso es precisamente en este: reconociendo el espectacular triunfo de Edmundo González y describiendo como pucherazo lo perpetrado por Maduro el 28 de julio desde la misma noche electoral. Habría hecho un gran favor a la democracia en la región y se habría colocado "en el lado correcto de la historia".
Como en política interior, en política exterior los valores, principios y prioridades de Sánchez son volubles e inconsistentes. Realmente resulta complicado hablar de principios en las decisiones que toma en este ámbito, muchas de ellas tan inexplicables como el vuelco en relación al Sáhara.




