El presidente en funciones de la Generalidad y aspirante a la reelección, Artur Mas, lleva a cabo una campaña de perfil bajo. Participa en los mítines centrales, pero en la mayoría de los casos es uno más, uno de tantos bajo la consigna de que el separatismo no tiene líderes y es un movimiento espontáneo y popular que "va de abajo a arriba". De ahí al ninguneo de Mas hay un paso, que es el que acostumbran a dar Raül Romeva y Oriol Junqueras cada vez que tienen ocasión.
Lo que no debía esperarse Mas es que fuera su propio partido quien le pusiera la zancadilla. Sede central de Convergencia, en la barcelonesa calle de Córcega. Es uno de los muchos inmuebles embargados al partido para hacer frente a sus responsabilidades por el "caso Palau de la Música", otra manifestación del 3%. En el escaparate, los carteles electorales de Romeva y Junqueras, números uno y cinco de la plataforma "Juntos por el sí". Ni rastro de Mas, presidente del partido "decorado" con las caras de un exeurodiputado comunista y del líder de ERC. Sobre ellos, la palabra "convergentes", lo que en otro contexto podría ser interpretado como un insulto.
Convergentes o no, Romeva y Junqueras mantienen los puentes con la versión catalana de Podemos, del candidato Franco Rabell (las papeletas electorales delatan al exempresario), y con las CUP de cara a un tripartito de extrema izquierda en el que Mas no contaría para nada. Esa es la condición que las CUP ya ha hecho pública para apoyar a la plataforma "Juntos por el sí". Y también Podemos se ha manifestado en ese mismo sentido.