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No son los herederos del movimiento hippy, ni de las revueltas estudiantiles del 68, sino los huérfanos postmodernos de Marx, con estética de guerrilla urbana y kale borroka. La violencia con fraseología anticapitalista es políticamente correcta y siempre ha gozado de buena prensa. El anticapitalismo salvaje pasa a ser un fenómeno sociológico y no un problema de orden público que acompaña, en una especie de turismo agitador, a las reuniones del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Durante décadas, cualquier genocida tercermundista que asesinara a los suyos con algún discurso antioccidental y anticapitalista tenía asegurado el interés de los medios y de los sociólogos. El último resquicio de fervor llegó con Chiapas y el anónimo subcomandante cuyo discurso –mezcla de marxismo de vulgata y de socialismo sentimental e indigenista made in teología de la liberación- es tan similar al de la tribu urbana antiglobalización que intenta asolar la bella ciudad de Praga. Nada más lógico, aunque menos racional, que estos peregrinos de la violencia susciten mucho más el interés que la condena. Imaginemos que un enloquecido ciudadano rompiera la luna de un establecimiento al grito de ¡viva el capitalismo!. Pues romperlas todas al grito de ¡muera el capitalismo! será siempre un gesto cultural.

Muera el capitalismo o abajo la liberalización de los mercados, pero que sigan las subvenciones y los préstamos a fondo perdido, porque contra ese palabro de la globalización milita en lugar destacado un gremio tan ineficiente y tan gravoso para los pobres como los agricultores franceses. Y la condonación de la deuda no es otra cosa que la reclamación de la irresponsabilidad para los gobiernos corruptos que oprimen y empobrecen a muchas naciones del tercer mundo. Yo también reclamo a mi banco la condonación de mi deuda sin ningún éxito. Pero decía Keynes que no hay nadie más romántico que un banquero y es probable que quienes se han enriquecido con los préstamos no tengan que hacer frente ni al principal ni a los intereses.

Lo perceptible es que se está articulando un movimiento internacional minoritario de corte violento que se coordina a través de las nuevas tecnologías y que tiene financiación para este turismo pseudoanarquista, en el que confluyen grupos nacionalistas, profesores y alumnos postmarxistas, gremios parasitarios dispuestos a agredir a los pobres trabajadores de McDonalds, que reciben la bendición semántica de “radicales” como si fueran una secta filosófica que fuera a la raíz de las cosas y no una especie de tribu urbana dispuesta a provocar graves problemas de orden público.

Su propuesta concreta –la desaparición del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial– probablemente sería beneficiosa para la liberalización y el progreso porque con frecuencia han sostenido a gobiernos tiránicos y corruptos. El resto es ese tipo de rancia demagogia por la que se ama tanto a los pobres que se los crea por millones. Es la liberalización la que puede sacar a los habitantes de los países del tercer mundo de su actual prostración, como demuestra la experiencia de las naciones asiáticas. Son de nuevo jóvenes del mundo rico conspirando contra los jóvenes del mundo pobre en nombre de falacias morales. La pura y dura reacción.

Por cierto, se me olvidaba, es quizás Praga la ciudad que mejor muestra los beneficios de la liberalización. Bajo el impulso del primero ministro de Economía y actual primer ministro Vavclav Klaus, Chequia ha desarrollado un modélico proceso de privatizaciones con criterios de capitalismo popular y de desregulación que ha servido para controlar la inflación, incrementar la riqueza y hacer salir a los ciudadanos de los desastres políticos y económicos a los que les llevaron los abuelos y los padres totalitarios de los turistas violentos que intentan romper la cabeza estos días a los trabajadores-policías, de nuevo en nombre del anticapitalismo.

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