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Mucho más grave que destruir budas de piedra es eliminar vidas humanas. El asesinato de Froilán Elezpe nos retrotrae a lo peor de la inmundicia de la especie. Cuando una idea es muy débil, muy intransigente, muy cavernícola se expresa por el máximo de crueldad, asesinando a la persona para matar la idea.

El nacionalismos se ha convertido en el máximo de estupidez, en el último refugio de los asesinos. De manera sistemática, un sector del nacionalismo se dedica a asesinar a los que no piensan como ellos. Mata en nombre del nacionalismo, formados en la educación nacionalista. Es la santa inquisición nacionalista con el rostro encapuchado de los verdugos la que enciende hogueras de intransigencia criminal. Es el máximo de incultura y de degradación.

Los talibanes del nacionalismo han asesinado a una persona por ejercer su libertad. Pero es el nacionalismo como tal el que se ha convertido en la abyecta legitimación del tiro en la nuca y el coche bomba. Ese nacionalismo que proclama la autodeterminación como un horizonte de genocidio. El nacionalismo que ha gobernado en esta legislatura en coyunda. Ese nacionalismo que ha convertido el ejercicio mínimo de la libertad en un hecho heroico. El nacionalismo como estupidez infinita, como degradación moral superlativa y como instinto criminal. El nacionalista es un lobo para el hombre, un psicópata para el demócrata. El nacionalismo oscila entre el asesinato y la hipocresía. En dosis máximas, sin justo medio.