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Entre las novedades que nos ha ofrecido la campaña vasca ha estado la aparición de un nuevo candidato que responde al nombre de Juan José Ibarretxe, gemelo del inquilino de Ajuria Enea durante el “bienio negro”, pero distinto y sobre todo distante. Este Ibarretxe, por ejemplo, jamás pactaría con Eh. Como el anterior pactó, ello es signo inequívoco de que estamos ante uno de esos cambios de personalidad que se ven en las películas.

El Ibarretxe de la campaña es más serio y más respondón a Arzalluz, pero elude las explicaciones sobre los actos del otro y sus responsabilidades. Se diría que está arrepentido, incluso que ha percibido el abismo de corrupción moral en el que se sumió, pero es dudoso el propósito de la enmienda porque no hay arrepentimiento ni se dicen los pecados al electorado. De hecho, el motivo fundamental por el que se concurre a las urnas, el fracaso de Estella/Lizarra determinado por el abandono de Eh (los seniors de Haika, los legales de Eta), ha sido ocultado en la campaña. Ha dejado de exhibirse como “un intento por conseguir la paz”, pero lo cierto es que es que se ha sublimado asumiendo la autodeterminación como propuesta programática.

Este doble de Ibarretxe, cuyas posibilidades de desembarazarse de la tutoría de Arzalluz son una incógnita, aunque parecen escasas dados los precedentes de su siamés, ha incoado un intento de renovación del discurso, incidiendo en aspectos de modernización más que de agravio. Pero con ello ha puesto aún más en claro las carencias del PNV, la madre del conflicto, porque el mal de las vacas locas del conflicto vasco es la arteriosclerosis de las ideas, la hibernación de un racismo totalitario primigenio mantenido como falso romanticismo de cultura cerrada (la peor de las inculturas).

El cadáver intelectual de Sabin Arana es al nacionalismo vasco lo que la momia de Lenin al socialismo real, por eso en ese mundo de féretros, el cambio de los etarras se ha producido sin más traumas que los de las víctimas. El País Vasco necesita un cambio, el PNV una refundación. Ibarretxe parece haber tenido la intuición. Nada hace pensar más que la oposición. El PNV es hoy, lo que fue con Sabino, un partido fascista, integrista, ultramontano, cuyas retos han sido aplazados por el disfrute clientelista del poder (por cierto, me parece chocante que produzca escándalo Eva Sannum, cuando no hubo ni el más mínimo debate cuando la familia real emparentó con la familia Urdangarín, de notoria prosapia nacionalista, partidaria de la secesión).

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