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Federico Jiménez Losantos

O democracia interna o caudillismo vitalicio

No puede quejarse Aznar de lo que está sucediendo en su partido. Recoge lo que sembró, y como sembró concienzudamente un liderazgo rigurosamente personal, sin la menor sombra colegial, de grupo o de partido, que pudiera compartir o empañar su autoridad, ahí está el resultado de su éxito: un movimiento de rebeldía entre los notables del PP que pretende aclamarlo en el próximo congreso como candidato electoral para el 2004. Nada más lógico. Si el partido no tiene capacidad para elegir a nadie y si su única función es aplaudir los designios del jefe, eso es exactamente lo que va a hacer: aplaudir. Pero aplaudirá cuando le convenga al partido, no cuando le apetezca al Líder. Y puesto que los militantes, en el designio aznarista del PP, no tienen otra función que la puramente disciplinar, seguirán disciplinadamente a los que han decidido encauzar la obligada y casi única tarea política de aplaudir a Aznar. El primero, Cascos.

Pero no en primer lugar: van ya cinco notables, cinco, que en las últimas semanas se muestran incómodos o disgustados con el proyecto aznarista para el próximo Congreso del PP. Fraga, Lucas, Zaplana, Posada y ahora Cascos han manifestado de muy diversa forma, pero coincidiendo en el fondo, su incomodidad ante la situación creada, que enrarece por momentos el ambiente interno del PP. Probablemente Aznar ha calculado mal los efectos de la sumisión incondicional que impone, a cambio de la conservación de las infinitas prebendas, cargos y canonjías del Poder. Si de adorar al Poder se trata, ¿por qué ha de ser mejor la distancia que el abrazo, el respetuoso silencio que la delirante aclamación?

La fórmula elegida por Aznar para continuar en política dejando la Moncloa es demasiado tortuosa y complicada para no provocar problemas serios dentro del Partido. Eso de no ser candidato del PP a la Presidencia pero reservándose elegir en solitario al candidato cuando le parezca, sin consultar a nadie y quedándose además con la Presidencia del partido, la dirección del grupo parlamentario y la superfundación del PP es demasiado egoísta, por mucho que se disfrace de generosidad, como para que no tropiece con otros egoísmos tan legítimos como el del Presidente.

¿Es éste de Cascos a Aznar el asturiano "abrazo del oso", a lo Favila? Tal vez. Pero si en el PP no hay democracia interna, si los militantes no pueden elegir al candidato para suceder a Aznar, la única alternativa real dentro del partido es el caudillismo vitalicio. Naturalmente, las luchas internas por el poder, inevitables, se decidirán entre la adhesión inquebrantable y la lealtad incondicional. Edificante. Pero eso es lo único que ofrece Aznar. ¿Alguien puede sorprenderse de que todos corran a aceptarlo?

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