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Julio Cirino

Fidel, el dueño de la verdad

Regularmente, casi con burocrática puntualidad, la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas celebrará en Ginebra su reunión anual y el debate respecto de la situación de los derechos humanos en la isla de Cuba aparece sobre el tapete, particularmente en nuestro Hemisferio. Al margen de la opinión que cada uno tenga sobre el gobierno de la isla, hay factores que deberían incluirse en la ecuación. Quizás el primero fuera la realización de elecciones libres, pero, para no entrar en polémicas, dejemos eso también de lado en pro de buscar la médula de este tema.

Cuántos partidos políticos están reconocidos y pueden funcionar en Cuba: El Partido Comunista Cubano (PCC) y ningún otro. Quien no concuerda con sus postulados, cómo puede expresar orgánicamente su desacuerdo. No puede. Cómo puede un ciudadano que no es miembro del Partido Comunista Cubano ser electo para un cargo público a cualquier nivel. No puede. Cuántos y cuáles son los órganos de prensa, escrita, radial o televisiva, no ya extranjeros, sino simplemente privados que informan a los cubanos a más de los medios controlados por el gobierno. Ninguno. Cuales son las posibilidades que tienen los cubanos de a pie de practicar libremente sus creencias religiosas sin interferencias del Estado. Ninguna. Cuáles son las oportunidades de un ciudadano, no miembro del PCC para ejercer por su cuenta un negocio o industria lícitos. En la práctica, ninguna.

Todos estos datos no son vertidos con ánimo de abrir una polémica sobre defectos y virtudes del gobierno de Fidel Castro, sino para señalar que el problema es la imposibilidad de optar libremente lo que hace tan limitada y asfixiante la vida política de la isla. Quizá el pueblo cubano y no sólo el PCC estén muy satisfechos de vivir como viven, de su sistema político y de su sempiterno líder, la cuestión sería que se lo dejaran expresar en libertad. Y en materia de derechos humanos y libertades individuales Fidel Castro acepta, como vamos a ver, una sola perspectiva, una sola opinión, un solo matiz: el propio.

Este año, Estados Unidos no integra la Comisión de Derechos Humanos, por lo que, al comenzar a analizarse la resolución que se someterá a votación en los próximos días, los primeros conciliábulos fueron para saber quiénes presentarían el proyecto. Así las cosas, quedó en pie que sería Uruguay, secundado por Costa Rica, quienes elaborarían el documento a ser considerado; y éste bien puede ser visto como un cambio en el enfoque de la cuestión derechos humanos en la isla.

No se utilizará la palabra “condena” y el documento comienza elogiando el esfuerzo de Cuba para lograr la plena vigencia de los derechos sociales de la población y pide a La Habana “...esfuerzos para obtener avances similares...” en derechos civiles y políticos. Desde la perspectiva de buena parte de los países del Hemisferio, esta “solución” era una salida diplomática aceptable; para algunos no es todo lo clara que sería deseable en la petición de respeto por las libertades individuales y los detenidos en las cárceles de Fidel; para otros el suave reproche y la exhortación pueden resultar incómodos.

La administración de G.W. Bush muy posiblemente encuentre, en privado, que la declaración que eventualmente se apruebe no será todo lo taxativa que ella imaginaba pero, tomando en consideración que los Estados Unidos no son miembros de la Comisión y que Argentina declinó ser quien patrocinara este año la resolución, es obvio para la diplomacia del Norte que obtener la aprobación de este documento se acerca a lo máximo a que Washington puede aspirar en las presentes circunstancias.

Lo que muy pocos esperaban fue la reacción del representante cubano en las Naciones Unidas, Iván Mora quien –sin duda con instrucciones precisas de La Habana– se lanzó en un furibundo ataque calificando al suave documento uruguayo de “...acto de traición de los países que están sirviendo a los intereses de los Estados Unidos para que se perpetúe el genocidio contra el pueblo cubano...” Mora agregó además que Cuba “...tomará medidas” contra los países que voten en sintonía con Uruguay.

Dejando de lado, las nada veladas amenazas, aun cuando suenan un poco a “pólvora mojada” dada la situación de la Isla, el trasfondo de estas palabras nos permiten volver sobre nuestro concepto inicial, la mera noción de discrepancia conceptual es algo que va mucho mas allá de lo que Fidel Castro esta dispuesto a tolerar. El pueblo cubano... sigue esperando.

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