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Si para desprestigiar a una persona como Pim Fortuyn es preciso definirla como “populista”, es que la izquierda ha perdido incluso el sentido de la lógica. En democracia, lo de populista no puede ser una definición, ni mucho menos un anatema, porque se supone que todos los partidos han de ser populistas y, por supuesto, la izquierda.

Sí, la extremaderecha sube, y eso es preocupante. Pero lo es mucho más que lo haga a costa de la izquierda, y que ésta sufra los embates también de la extremaizquierda hasta quedar desarbolada. ¿Habremos de concluir que en la izquierda hay brasas totalitarias que se encienden, dependiendo de por donde venga el viento? Europa se va convirtiendo en un cementerio de dimisionarios dirigentes de izquierdas. La izquierda baja en porcentajes del 50%. En términos de cataclismo. Dicen los politólogos –esos que nunca aciertan– que los partidos clásicos no escuchan a sus electores. O sea, que han dejado de ser populistas, para ser elitistas: un partido que no es populista es una aristocracia. Pero lo de los partidos clásicos es un eufemismo, una generalización abusiva, una ocultación. La derecha –para entendernos– sube en Francia, en Austria, en Holanda, en Irlanda. No sólo la extrema derecha, la derecha, tal como se entiende comúnmente. Es sólo la izquierda la que se hunde. Luego el mal está en ella. Es ella la que ha incubado la bestia, según los criterios zoológicos, sacados deprisa y corriendo del armario de la vieja lucha antifascista.

Es, pues, la izquierda la que sufre un proceso de incomunicación con sus electores, afectados, por un lado y por el otro, de extremismo. Dijo Lionel Jospin que no había sabido explicar su mensaje. Y esa referencia a la mala comunicación ha sido también recurrente por estos lares. Pero ese concepto de comunicación, exorciza, en el fondo y en la forma, el diálogo. La izquierda comunica mal, porque ni tan siquiera escucha. Eso no es nuevo. Simplemente se ha agudizado.

Pero ¿cómo entender que la izquierda se hunda electoralmente cuando estaba más vigorosa que nunca en el Parlamento de papel y en los telediarios de sobremesa? ¡No será por falta de propaganda, ni por reducción de las persecuciones a los disidentes! La izquierda se ha convertido en una aristrocracia de docentes, funcionarios, políticos profesionales, liberados sindicales y el coro de algunos alumnos universitarios, hijos de unos padres con una ideología fracasada. Regis Debray calificó todo este entramado, que defiende el estatismo porque cobra del Estado, como la “inteligencia media”. Y el periodismo, ¿por qué está tan cercano a ese conglomerado? Ha adquirido tonos también aristocráticos. La prensa popular es gratis. La prensa tradicional es cara. Es la “inteligencia media” la que manda los artículos. Es un medio ambiente cerrado que habla en nombre de colectivos a los que ni tan siquiera conoce. Por ejemplo, los inmigrantes quieren seguridad ciudadana. Vienen huyendo de la inseguridad. Quieren huir de las intransigencias que les han llevado a la ruina, pero aquí se les exige que sean políticamente correctos, culturalmente puros y, a ser posible, integristas.

Esta inteligencia media es clase media. No se codea con la oligarquía en urbanizaciones de lujo, pero sí en bungalows adosados. Sus votantes están en los barrios obreros. Y sus preocupaciones son otras. Desde la distancia, sus dirigentes les exigen que sigan sus consignas, pero ellos viven otra realidad, que no entra en el discurso. La izquierda ha dejado de ser populista. Con eso, la verdad, está dicho casi todo.

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