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Un Debate devaluado

La nota más destacada del Debate sobre el Estado de la Nación ha sido, precisamente, la virtual ausencia de los asuntos que más preocupan a los españoles en los últimos días: el órdago de Ibarretxe y la Isla del Perejil, de la que, según ha declarado Benaissa, el homólogo marroquí de Ana de Palacio, Marruecos no piensa retirarse.

Aunque es preciso valorar positivamente el acuerdo de los dos grandes partidos de la democracia española en torno a ambos asuntos, hubiera sido deseable que los ciudadanos, en una de las escasas ocasiones en que es posible ver y oír en directo a los líderes políticos debatir sobre las líneas maestras de la política española, tuvieran información de primera mano sobre las coincidencias y posibles diferencias de matiz que PP y PSOE mantengan respecto de las medidas más convenientes a adoptar frente a Marruecos. El acuerdo en las líneas generales no tendría por qué haber implicado el destierro de estos asuntos, de los que la opinión pública apenas conoce lo más esencial, es decir, que PP y PSOE defienden –como no podía ser menos– la integridad política y territorial de España ante el anticonstitucional desafío de Ibarretxe y la insolencia marroquí.

Por ejemplo, no estaría de más que el PSOE y Zapatero explicaran a la opinión pública cómo es posible que el PSE, a estas alturas, siga aún jugando a la “equidistancia” con el PNV. Tampoco hubiera estado de más por parte del Gobierno una explicación de las medidas que éste piensa tomar en el caso de que –como ya ha sucedido– los marroquíes se nieguen a desalojar el islote de Perejil. Si hay que recurrir a la fuerza militar, ¿apoyaría el PSOE incondicionalmente el desalojo? ¿Se lo permitirían sus acendrados prejuicios antimilitaristas? En cuanto al PP, ¿habrá superado ese complejo inducido de derecha cavernícola y retrógrada que le impide llamar a las cosas por su nombre y emplear la fuerza cuando el adversario no deja otra alternativa?

Por lo demás, la calidad del Debate sobre el Estado de la Nación ha ido descendiendo paulatinamente, defraudando sistemáticamente las expectativas del público que, en uno de los plenos más importantes y vistosos del año, espera ver a sus políticos con las ideas y la retórica en plena forma. Zapatero, aunque algo mejor que el año pasado, no ha abandonado su repertorio habitual de frases hechas con pretensión de ingeniosidad, destinadas a cubrir el enorme vacío de ideas y proyectos en el seno de su partido, secuestrado por Felipe González quien impide, con toda seguridad, que figuras como Jordi Sevilla, que podrían aportar la solidez que en materia de política económica necesita el PSOE, cobren el protagonismo y la relevancia que merecen dentro del partido. No se explica cómo Zapatero, si quiere llegar a ocupar La Moncloa, apenas dé pie con bolo en asuntos económicos, y que después de dos años todavía no sepa interpretar los Presupuestos ni manejar correctamente conceptos como el de “presión fiscal”. De haber tenido algunas nociones de economía y fiscalidad, Zapatero podría haber argumentado eficazmente, por ejemplo, que la rebaja en los impuestos directos que presenta el PP triunfalmente, ha encontrado su contrapartida, además de en la inflación –no se ha revisado la escala de gravamen desde 1998–, en la subida de los indirectos, como el de los carburantes y el tabaco. En estas circunstancias, no es posible ofrecer otra cosa que no sean tópicos, a veces “progresistas” como el aborto libre y gratuito, el matrimonio homosexual, vivienda pública para los jóvenes; y a veces “retrógrados” como la preocupación por la familia y por la seguridad ciudadana, pero sin ninguna propuesta concreta sobre cómo mejorar la situación que no sea el incremento del gasto y del endeudamiento.

En cuanto a Aznar, ante un rival tan flojo, apenas ha tenido que despeinarse para desmontar la argumentación de su adversario. Tan sólo ha tenido que mostrar las cifras de su gestión –incontestables en la mayor parte de las áreas de gobierno– y poner a Zapatero en la tesitura de apoyar sus frases hechas recién salidas del microondas en datos o en propuestas concretas que mejoren su “marca”. Un requerimiento que Zapatero, hoy por hoy, no puede cumplir.

Victoria a los puntos, pues, de Aznar, más por demérito del adversario que por méritos propios, quien con el mínimo esfuerzo ha ganado un Debate devaluado y vacío de los contenidos que más preocupan a la opinión pública. Es una lástima que el Debate sobre el Estado de la Nación vaya perdiendo paulatinamente su trascendencia política para convertirse en una especie de pugilato dialéctico donde los contendientes compiten, no ya en mostrar sus posiciones y hacer atractiva la defensa de sus tesis, sino en la acuñación de frases ingeniosas de cara a la galería. Aunque la principal parte de culpa es de Zapatero quien, ya sea por incapacidad propia o inducida –o por una mezcla de ambas–, no acaba de salir del tópico y de la frase hecha. El leonés debería tener en cuenta que las elecciones ya no se ganan con eslóganes, sino con programas de gobierno sólidos y creíbles, González mediante...

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