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En abril de 2002, España firmó un nuevo acuerdo de cooperación militar con EEUU. No voy a reproducir la polémica sobre la posible actuación de los espías del Tío Sam en nuestra piel de toro, porque de eso se han ocupado ya diversos medios de comunicación. Sin embargo, hay un punto que creo se le ha pasado por alto a mucha gente. Permítanme que comparta con ustedes una pequeña revelación.

Como el convenio es un documento secreto (parece que no se fían mucho de las personas a las que van a defender), la información trascendida a la prensa no es mucha. Uno de los puntos que sí se mencionan, casi de pasada y como quien no quiere la cosa, es la ampliación del personal de la Unidad de Seguridad Naval, de 100 a 180 personas. Un nombre tan inocuo evoca imágenes de policías militares vigilando una verja o patrullando hangares, y en medio de tanta preocupación por el malvado talibán parece una precaución de seguridad razonable.

Pero el nombre "Unidad de Seguridad Naval" me recordaba algo que me he encontrado antes. Existe una división de la US Navy denominada Grupo de Seguridad Naval (GSN), una de cuyas bases está en Rota. Tienen hasta una página web propia, en la que declaran que su función es "proporcionar comunicaciones seguras para la defensa de EEUU y sus aliados, mantener procedimientos de seguridad en las transmisiones e investigar fenómenos electromagnéticos". Todo muy bonito... salvo que su propósito real no es ése.

El Grupo de Seguridad Naval no es ni más ni menos que la división de la Marina Estadounidense encargada de tareas de criptoanálisis. Es decir, la gente que rompe códigos secretos de otra gente. Aunque es parte de la Marina, el Comandante del Grupo de Seguridad Naval está destinado nada menos que en Fort Meade, Maryland. Y para quien no lo sepa, allí está radicada la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), los inventores de Echelon y demás formas de husmear en las comunicaciones ajenas. Pueden comprobar ustedes mismos la cadena de mando del GSN en esta página.

De modo que el brazo naval de la NSA no solamente tiene presencia en Rota, sino que la acaba de duplicar por las buenas. Y considerando la tendencia existente en la NSA de efectuar la ruptura de códigos enemigos –es decir, de cualquiera que no sean de su propio equipo– lo más cerca posible del lugar donde se captan las comunicaciones, no puedo sino preguntarme qué estarán husmeando, descodificando y retransmitiendo a Fort Meade. Porque esa gente no está, como ha dicho alguien, buscando submarinos en el Atlántico. Están ahí para cotillear nuestras llamadas de teléfono, faxes, emails... y cualquier cosa que pillen por el camino.

Tengo sobre mi mesa dos preguntas al Gobierno sobre el sistema Echelon, formuladas en 2000 y 2001. En la primera, el Ejecutivo le pasa la pelota al Parlamento Europeo, por entender que de existir Echelon (cosa que no les consta oficialmente, como si fuese algo que se escribiese en el membrete del papel de cartas) habría que tomar medidas a nivel internacional. Respecto a la segunda, el Gobierno se hace el sueco y nos remite a su maravillosa legislación sobre firma electrónica y el plan Siglo XXI. Marear la chota, le llaman en mi pueblo.

Me gustaría que los ministros de Defensa y Exteriores nos explicasen, si pueden, por qué se nos oculta que hay una estación de espionaje de comunicaciones militares (y probablemente también civiles). Que nos aclaren por qué los comunicados de prensa cambian el nombre del GSN por el de Unidad de Seguridad Naval. Que nos digan qué creen que hacen casi doscientos criptoanalistas en la base de Rota, aparte de tomar el sol y ligar con las roteñas. Y ya puestos a ello, que nos digan si es casualidad que el material procedente de "servicios extranjeros u Organizaciones Internacionales" no está sujeto a control parlamentario (ver mi artículo CNI: Espías electrónicos).

Una semana antes del 11S, escribí para el hackmeeting de Leioa una ponencia sobre Echelon (Boletín nº 3). En ella, entre otras cosas, me preguntaba qué nos pediría el tito Bush a cambio de ayudarnos a buscar etarras con sus satélites. Me parece que ya le vamos viendo las orejas al lobo. Yo le he visto la cabeza, y conozco a quien lo ha visto entero. Y cuando salga a la luz, os aseguro que habrá susto para todos. Y de momento, hasta aquí puedo leer.


Arturo Quirantes edita la página Taller de Criptografía.

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