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Julio Cirino

¿Momento de revisiones?

El pasado viernes 6 de Septiembre, México anunció formalmente su retiro del Tratado Interamericano de Asistencia Reciproca, más comúnmente conocido por su sigla TIAR, firmado en Río de Janeiro (Brasil) en 1947 y en plena efervescencia de la Guerra Fría. Sintéticamente, el tratado establece que un ataque armado por parte de cualquier Estado contra un país americano será considerado como un ataque contra todos sus integrantes y en consecuencia cada una de las partes contratantes se compromete a ayudar a hacer frente al ataque. Al tiempo de su firma, estas disposiciones parecían razonables, teniendo en cuenta que no se descartaba la posibilidad de un ataque convencional sobre el Hemisferio por parte de la Unión Soviética y sus aliados del Pacto de Varsovia.

El anuncio inicial de la idea mexicana de renunciar al tratado tiene justo un año, ya que fue hecho público el pasado 7 de Septiembre de 2001, claro que tras los acontecimientos que sucedieron 4 días después México archivó el tema, y paradójicamente, el TIAR fue invocado en solidaridad con Estados Unidos. El planteamiento mexicano se basa en la idea de que el tratado es obsoleto (y fracasó durante la guerra de las Islas Malvinas/Falklands en el Atlántico Sur en 1982) para hacer frente a los requerimientos de una realidad completamente distinta en el ámbito de seguridad hemisférica. El presidente de México, Vicente Fox, planteó la necesidad de encarar amenazas como la extrema pobreza, la ruptura de la legalidad democrática, el narcotráfico o el crimen organizado.

Para Estados Unidos, esta denuncia no puede darse en peor momento. No porque estime que el TIAR permanece eficiente, sino más bien porque el intento de reemplazarlo no será nada simple. Sumado a esto que, a pesar de la retórica, la administración de G. W. Bush colocó a Hispanoamérica en su lista de “baja prioridad,” con la esperanza de poder atender la problemática de la región en otro momento, concentrando tiempo y fuerza en temas tales como la guerra contra Al Qaeda, las relaciones con el mundo árabe, el conflicto en Medio Oriente, la relación con China, o la política a seguir con Rusia.

La otra parte de la cuestión es que EE UU no tiene, al menos en forma visible, nada concreto y efectivo que proponer como alternativa, de modo tal, que asentando el polvo de la retórica y las buenas intenciones quedará en claro que los consensos están aún por construirse, y esto, si es que se puede. Porque, este es otro escollo; el tema de la seguridad hemisférica despierta suspicacias en todo el hemisferio y es mucho más fácil definir lo que no se quiere que encontrar denominadores comunes respecto de qué y cómo hacerlo. Para no pocos países de la región, la democracia aún no aparece como algo plenamente consolidado, y en medio de una coyuntura donde la economía regional no termina de despegar globalmente, les parece aventurado plantear un diálogo hemisférico sobre tan ríspido tema.

A diferencia de los países de la OTAN, donde a pesar de las individualidades, existen políticas muy bien definidas y mecanismos ya establecidos que además funcionan, en nuestro hemisferio, las relaciones cívico-militares son, aún, un tema que eriza la piel. Pero con todo y ser relevante, la relación cívico-militar no es el meollo de la cuestión. Un sistema de seguridad sub-regional, y más aún, hemisférico, es la consecuencia (y no la causa) de un proceso de reflexión que parte de la identificación de las percepciones nacionales y la búsqueda de soluciones propias; en estas percepciones, cómo se definan los temas propuestos por el presidente Fox será clave. Concluidas estas definiciones habría que pensar en los mecanismos que cada país propone frente a una realidad que, no sólo es distinta, sino que tiene dimensiones impensables en 1947.

Habrá también que evitar las dos clásicas posiciones extremas: Que EE.UU. defina el sistema y nosotros adherirnos, y en la otra punta, todo lo que sea malo para Estados Unidos es bueno para nosotros; cosa que no va a ser simple. Se podrá luego pensar en pasar a una reflexión más global; trabajando primero en un marco sub-regional o saltando, por el contrario, directamente al hemisferio. Interrogantes estos que deberán ser respondidos. Finalmente, superadas todas estas cuestiones, habrá que pensar en cómo se compatibilizan las prioridades de los países hispanoamericanos con las de sus vecinos del Norte de un modo tal que todos los intereses sean atendidos de la mejor forma posible.

De la obsolescencia del TIAR casi nadie duda, respecto de la oportunidad para revisarle se pueden hacer dos lecturas; la primera es que no es ahora el momento oportuno, la otra es que si se busca el momento “ideal” este nunca llegará ... y el mundo seguirá andando.

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