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Chaves, también asimétrico

Hace una semana hablábamos de la descomposición del PSOE, unas siglas que bajo el liderazgo –por llamarlo de alguna manera– de José Luis Rodríguez Zapatero se han ido vaciando paulatinamente de contenido. El PSOE ya no es un partido en el sentido clásico –una formación política con un ideario y un programa compartido en sus puntos esenciales por la inmensa mayoría de sus miembros– sino una agrupación de diversas facciones cuyo único nexo de unión es la esperanza de volver algún día a ejercer las altas magistraturas del Estado. Y tampoco puede decirse que sea español, puesto que varios de sus líderes regionales más destacados se decantan claramente por el nacionalismo y la ruptura del marco legal e institucional.

Ese proceso de descomposición del PSOE tiene como principal agente patógeno el federalismo asimétrico de Maragall. Una contradicción en los términos con la que el líder del PSC, así como Antich en Baleares, Patxi López y Odón Elorza en el País Vasco, Pérez Touriño en Galicia e incluso Marcelino Iglesias en Aragón intentan disimular el reciclado del programa de los nacionalistas en la transición, que consistía en el reconocimiento exclusivo a Cataluña y País Vasco de unos estatutos de autonomía que los diferenciaran del resto del “Estado español” como reconocimiento de un “hecho diferencial” que no soporta ser confundido con la "vulgaridad" del resto de las regiones de España.

Manuel Chaves también se ha rendido a los encantos de la asimetría. Ya anunció hace casi un mes, con motivo del revival felipista de la victoria del PSOE en 1982, que cuando los socialistas llegaran al Gobierno, establecerían “cauces de diálogo” con el PNV; ocasión en la que Maragall también advirtió de que el PSC pediría mucho al PSOE respecto al País Vasco, quejándose del poco margen de maniobra que el Pacto Antiterrorista permite actualmente a los socialistas. El lunes, en una entrevista para La Vanguardia, Chaves afirmó que el federalismo “refleja el pluralismo y la diversidad de España”, identificando al PP con posturas preconstitucionales en el ámbito autonómico, y tampoco ahorró cumplidos para Jordi Pujol, “un gran estadista” a quien “tanto Cataluña como España le deben mucho”.

El presidente de la Junta de Andalucía no es un barón cualquiera. Felipista de pro, también es presidente del PSOE y no precisamente una figura decorativa a la sombra del secretario general, como fuera el histórico Ramón Rubial en la época de Felipe González. Su apoyo explícito a las tesis de Maragall estrecha el cerco de los pronacionalistas en torno a Zapatero. Partidarios de la reforma de la Constitución para dar cabida a una intensificación de los “hechos diferenciales”, para exhumar instituciones políticas muertas hace siglos como el Reino de Aragón, o para dar nuevo impulso a realidades virtuales como Euskalherría o los Països Catalans, los pronacionalistas amenazan con dar el abrazo del oso a un Zapatero incapaz de definir claramente cuál es el modelo de estado que defiende el PSOE sin consultar antes a González y Maragall.

Es fácil comprender las razones que pueden impulsar a Maragall, López y Elorza a defender posturas nacionalistas. Desde su punto de vista, la herencia de Arzalluz y Pujol es tan omnipresente y está tan asumida, que ya han renunciado a llegar al poder regional –lo único que realmente les importa– oponiéndose frontalmente al pensamiento único nacionalista. Y también es comprensible desde la fría aritmética electoral que Chaves quiera “tender puentes” hacia el nacionalismo, preparando al PSOE para un hipotético gobierno en minoría parlamentaria que necesitaría el apoyo de los diputados nacionalistas.

Sin embargo, es chocante que en todos estos mezquinos cálculos los barones del PSOE no hayan tenido en cuenta el riesgo de provocar una grave fractura en su partido que comprometería el liderazgo del flamante candidato a La Moncloa. A Rodríguez Ibarra, y sobre todo a José Bono, les produce una profunda antipatía el proyecto de Maragall y los flirteos con los nacionalistas, la cual comparten muchos militantes y cargos socialistas que no pueden expresarse con la libertad con que lo hacen Francisco Vázquez, Bono o Rodríguez Ibarra. Y en cuanto a la inmensa mayoría de los votantes del PSOE, está infinitamente más cerca de la posición de Francisco Vázquez que de la de Maragall o Elorza.

Por ello, cada vez cobra más verosimilitud la tesis de que el único proyecto que los centrífugos del PSOE tienen para España es su destrucción como nación –no faltan precisamente precedentes de esta actitud–, para después poder reinar cómodamente y sin disputa en sus pedazos. Y el principal obstáculo que se interpone en su camino y que intentan bordear por todos los medios es la Constitución. Por eso quieren “reformarla”.

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