Si se exceptúa el Pacto Antiterrorista –que el sector nacionalista del partido, encabezado por Maragall, López y Elorza, ve como un obstáculo a sus pretensiones centrífugas–, el intento de superación de la herencia felipista en el PSOE que acometió Zapatero en julio de 2000 ha quedado reducido prácticamente a la nada. Atrás quedan la oposición leal y serena preconizada por Zapatero, la reforma fiscal que propuso Jordi Sevilla o la beligerancia contra el nacionalismo separatista del PNV, vetadas por Prisa y el clan de González, más pendiente de su venganza personal contra Aznar que de los intereses de España y de su partido.
Pero la vieja guardia, que hasta ahora había estado condicionando en la sombra las decisiones de Zapatero, ha vuelto físicamente por sus fueros. La “investidura” oficial del leonés como candidato a la Moncloa el pasado octubre, en el vigésimo aniversario de la victoria electoral de Felipe González, cerró el ciclo del “exilio” físico de los próceres del felipismo, que en menos de dos años han conseguido reducir a la nada los proyectos de renovación del partido con los que Zapatero ganó la secretaría general, que tanto “impacientaban” a González.
El desembargo felipista en Ferraz ha tomado forma con la elección –a cargo de José Blanco la mano derecha de Zapatero– de Rubalcaba, Maravall y Solchaga, entre otros, como asesores personales de Zapatero. Algunos, como Rubalcaba –fue el encargado de dirigir las negociaciones con el PP para la firma del Pacto Antiterrorista–, nunca se habían ido del todo; pero otros, como Carlos Solchaga o José María Maravall, habían estado apartados de la cúpula de PSOE. No sin motivos, puesto que Maravall –el inspirador de la LODE y de la LRU (Ley de Reforma Universitaria)– es el principal responsable de la ruina de la educación pública en España, que poco después completaría Javier Solana, su sucesor, con la LOGSE. En cuanto a Solchaga, no es necesario recordar que su balance al frente del Ministerio de Economía se saldó con tres devaluaciones de la peseta en 1993 y 3,7 millones de parados.
Podría argumentarse, sin duda, que no hay mejor asesor que aquel que ha aprendido de la experiencia, especialmente de los fracasos. Sin embargo, no parece que Maravall se haya arrepentido nunca de la demolición de la educación pública española, y tampoco puede decirse que haya brillado mucho en su labor de asesor personal de Felipe González en las elecciones de 1993, que el PSOE a punto estuvo de perder. Y en lo que respecta a Solchaga, baste señalar que fue asesor de Domingo Cavallo, el ministro de Economía argentino que rechazó los drásticos y necesarios ajustes presupuestarios que propuso López Murphy para acabar imponiendo el corralito y precipitando la ruina económica y financiera de Argentina.
Por lo que toca a los asesores de “segunda fila” reclutados por Blanco, baste señalar que Enrique Guerrero asesoró a Joaquín Almunia en 2000, precisamente en la mayor derrota electoral que ha sufrido el PSOE. Quico Mañero prestó sus servicios a Fernando de la Rua, el presidente argentino que propició la mayor debacle económica y social de la historia de Argentina. Y Miquel Iceta dirigió la campaña de Borrell en aquellas famosas primarias del PSOE. Actualmente dirige la campaña de Maragall en Cataluña y probablemente fue uno de los que consiguió el apoyo del líder del PSC a la candidatura de Zapatero, lo que explicaría la tolerancia del leonés para con el “federalismo asimétrico”.
Antes que aceptar la imposición por parte de la vieja guardia del programa y de los asesores, más le hubiera valido a Zapatero –por el bien de su partido y de España– renunciar a la secretaría general, como hizo Redondo Terreros, en lugar de prestarse a ser marioneta de los intereses de González y Polanco. Ya no queda nada de ese nuevo socialismo con el que Zapatero llegó al liderazgo del PSOE. Añadiendo una sola preposición tenemos el título del libro de Jordi Sevilla, un aforismo mucho más acorde para el mismo PSOE de siempre, esto es, el de González, Cebrián y Polanco, cuya única ventaja es la de lo malo conocido frente a lo bueno que ya nunca –o por lo menos en bastantes años– llegaremos a conocer.

El nuevo socialismo de siempre

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