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Andrés Freire

La debacle del PP

Las sospechas eran ciertas: En algún momento de este año, la máquina del gobierno Aznar se ha descompuesto. De ahí que ante la crisis del Prestige, se haya mostrado completamente incapaz de tomar decisiones resueltas y adecuadas, y su preocupación básica haya sido la de librarse como fuera del marrón. No fue posible, y por ello, se engañaron y engañaron, teniendo como única estrategia la de aferrarse a las mejores esperanzas: que el petrolero resistiría las tormentas sin necesidad de ir a puerto, que las manchas nunca alcanzarían las Rías Bajas, que el barco no perdería petróleo en sus profundidades abisales...

La coalición PRISA-PSOE pretende aprovechar la crisis para dañar al PP. Los primeros alientan el histerismo, exageran catástrofes, buscan y reproducen las declaraciones más exaltadas. El PSOE, por su parte, plantea una moción de censura en un momento en que la costa sigue amenazada. Se equivocan: de esas agitaciones quien está sacando provecho es el Bloque Nacionalista Galego (precisando: los más radicales del BNG), mucho más implantado en aquellos sectores donde la marea negra ha causado mayor impacto: las villas marineras y la juventud urbana.

Además, es importante notar que no nos hallamos sólo ante el fracaso de un gobierno y un partido en particular, sino ante el fracaso absoluto del estado. Durante dos décadas, gobierno central y autonomías han luchado a brazo partido por repartirse competencias. El resultado de esta pugna no ha sido una mejor administración sino, como se ha visto, una confusa línea de mando y una acumulación de organismos mal provistos. Otra consecuencia de esta hipertrofia de políticos es el debilitamiento de las burocracias técnicas que han de guiar sus decisiones. Ante el Prestige, la labor de los técnicos de Salvamento Marítimo ha consistido en intentar cumplir la orden obsesiva del mando político; la de llevar lo más lejos posible el petrolero.

El resultado de ello es que, en el momento de la verdad, quien salvó de la marea negra a las Rías Bajas no fue el estado, ni el gobierno central ni el gallego. Fueron las cofradías locales, apoyadas por los ayuntamientos, quienes en lucha heroica mantuvieron alejado el chapapote hasta que en última instancia el viento cambió de sentido. Estas cosas son las que se guardan en la memoria.

Cuando pase la urgencia, las cúpulas del PP tanto en Madrid como Santiago tendrán que calibrar qué cabezas sacrificarán ante la indignación pública. No les será fácil. Si caen ministros, no bastarán pesos livianos como Matas y Cañete. Más responsable ha sido Francisco Alvárez Cascos. Y más visible Mariano Rajoy.

En Galicia, la situación es aún más peliaguda. La lógica del mando obliga a que la primera víctima sea el Conselleiro de Pesca López Veiga, quien sin embargo ha sido el único que ha dado la talla durante la hecatombe. El gran damnificado aquí no es otro que Manuel Fraga, cuya actuación personal ha causado un gran desconcierto. Por eso parece hoy tan difícil que el PP de Galicia (Partido del Prestige, como rezan las pintadas) se recupere de la debacle.

En España

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