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La desgracia que se abate sobre Galicia, en forma de catástrofe contaminadora, está motivando un amplio movimiento de solidaridad, tanto pública como privada. En la limpieza de las playas colaboran ciudadanos, preferentemente jóvenes, de todas las regiones españolas, también soldados. Se han habilitado ayudas para mermar los efectos sobre las economías familiares. Parecen estar funcionando, porque en los informativos declaran que no salen a mariscar ante la bajada de precios y para no perder los subsidios.

Todo este amplio movimiento tiene una lógica ecológica, también humanitaria, pero no se puede dejar de destacar la patriótica. La solidaridad con Galicia y con los gallegos lo es con connacionales. Hay gentes que han pasado allí la Navidad, y siguen saliendo voluntarios, con la idea subyacente de que si la desgracia hubiera sucedido en cualquier otra parte del solar patrio se estaría igualmente recibiendo la ayuda y el cariño de la gente.

Se decía que uno se acuerda de Santa Bárbara sólo cuando truena. Algo similar sucede con la idea de España, que pasa a ser realidad en momentos críticos, pero de una manera tan patente como estamos viendo ahora.

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