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Dice un proverbio judío que quien salva una vida, salva al mundo. La política de firmeza contra el terrorismo ha salvado muchas vidas. Quienes hemos vivido los años en los que las víctimas superaban las ocho decenas, no podemos más que felicitarnos por el hecho de que su número haya disminuido sensiblemente. Este año, el terrorismo nacionalista ha asesinado a cinco. Podría decirse que quien mata a una persona, mata al mundo. Y en ello sigue el nacionalismo, porque los terroristas son nacionalistas.

Hoy se ve mucho más cerca el final de la banda terrorista, a pesar de los continuos balones de oxígeno que les presta el PNV. Se ha reforzado el Estado de Derecho. En los tiempos más recientes hubo dos momentos clave en los que se quiso poner a la democracia de rodillas. Una fue durante el secuestro de Miquel Ángel Blanco, cuando durante cuarenta y ocho horas se nos quiso hacer a todos cómplices de su tortura o someternos a un general síndrome de Estocolmo. Otro fue la tregua (lo de trampa fue un acierto en solitario de Mayor Oreja) cuando a cambio de una falsa paz se exigían ventajas políticas. Es decir, la continuación del terrorismo en dosis de genocidio. En ambos casos, como de continuo, Mayor Oreja ha sido una personalidad seria, que, mediante criterios éticos, ha desenmascarado el relativismo moral, al que tantos se rindieron. Lo que se conoce como la política de firmeza, que ahora ha dado un paso más con la marcha hacia el cumplimiento íntegro de las penas, ha sido diseñada e impulsada por Mayor Oreja. Especial mérito tuvo, en mi opinión, haberse mantenido en el País Vasco, tras las elecciones autonómicas, para evitar la desmoralización de los populares.

En fin, toda una línea de aciertos y de integridad moral que el error del pasado viernes en la votación de los Presupuestos vascos no puede ni debe poner en entredicho. Precisamente porque, ante una trayectoria de aciertos, los errores cometidos suelen destacar, por desgracia, mucho más de lo que sería razonable.

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