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Cuando se retire de la política, el señor Beiras podrá retornar a su cátedra de economía y escribir tal vez un opúsculo sobre el endeudamiento público como una de las bellas artes, pero es dudoso que alguien le contrate como analista con olfato para el aire de los tiempos. Una semana antes de las elecciones, el líder de los nacionalistas gallegos decía que su partido duplicaría los resultados del 99 y ello tras haber augurado “un palo monumental” al PP en Galicia en virtud del “cambio” experimentado por la sociedad tras el Prestige y la guerra de Irak. No ha estado solo en estas infaustas predicciones, pero Beiras, con sus modos y modas, se ha distinguido más que el dirigente socialista gracias a aseveraciones tan finas como ésta: “El 25 de mayo, los gallegos vamos a limpiar ese estiércol que está en el poder desde las urnas”. Los gallegos, sin embargo, prefirieron barrer a sus huestes de dos de las tres alcaldías que ocupaban en las siete grandes urbes gallegas.

Los alcaldes del BNG de Ferrol y Vigo, el primero, célebre por haber retirado la estatua de Franco “con nocturnidad y alevosía”, como escribió aquí entonces Pío Moa y el segundo por financiar la gala de los Max que premió al pro-etarra Alfonso Sastre, han perdido sus bicocas, el norteño a manos del PP-independientes, el sureño, de un PSOE que llevaba como candidato al ex magistrado Ventura Pérez Mariño. Y en Lugo y en Santiago, donde gobernaban aliados con los socialistas, salen escaldados, sobre todo, en la primera, donde el PSOE ya no los necesitará. Únicamente en Pontevedra se mantiene el BNG en la alcaldía, aun sin llegar a la mayoría absoluta que esperaban. Ironías del destino que sea en una urbe tildada de “facha” donde los nacionalistas consolidan su poder. Da que pensar.

Socialistas y nacionalistas dijeron, cuando el Prestige, que el PP se había creído sus propias mentiras, pero ha resultado que han sido ellos los que se tragaron las suyas. Confundieron “la calle” con la sociedad, autoengañándose con cifras de manifestantes insólitas, históricas, increíbles. Creyeron que muchos votantes del PP le darían la espalda a ese partido, lo que dio lugar a momentos casi cómicos, como el de Beiras pidiendo el voto de los “votantes de buena fe” del PP –¿cómo serán los de mala fe?–, los mismos que eran culpabilizados e insultados por sus militantes en las movilizaciones.

En la “zona cero” del Prestige, en la Costa de la Muerte, el PP ha crecido y el BNG ha caído, pero los que prefieren seguir vendándose los ojos dicen que allí la gente “no ha tenido en cuenta” la catástrofe a la hora de votar. Cuando puede deducirse justo lo contrario: en esas villas y pueblos la gente ha tenido en cuenta cómo se ha portado en esta crisis el PP, a pesar de todas sus torpezas, cómo lo hizo el PSOE en desastres anteriores y cómo esta oposición con toda su demagogia y ensañamiento. Y dirán también, ya lo dijeron, que los populares “compraron” a la gente con las ayudas, a sabiendas de que si no hubiera habido ayudas, estarían preparando las hogueras.

El PP ha perdido 3,88 puntos porcentuales respecto a las municipales del 99 y conserva la mayoría absoluta en dos de cada tres ayuntamientos gallegos, el PSOE ha subido dos puntos y el BNG, uno. Visto esto, los finos analistas que habían dado por seguro el descalabro del PP gallego, están hilando con hebras sutilísimas para que esos cuatro puntos de descenso puedan interpretarse como un “signo de cambio”. Hay nuevos y temerarios augures. Barreiro Rivas, tránsfuga insigne, acaba de dejar escrito que el PP perderá la mayoría en las autonómicas del 2005. Con algo hay que consolarse.

Entre las miles de pintadas que soportan los muros galaicos desde el accidente del Prestige, hay una en Vigo que dice: Crimen y castigo. Y cierto que el clima que se creó en Galicia entonces era tan inquietante y de latente violencia como el de la ficción dostoievskiana. Pues bien, si hubo crimen no hubo castigo. Pero más parece que no hubo castigo porque no hubo crimen. El PP cometió errores de bulto, pero su criminalización por parte de PSOE y BNG surtió efectos devastadores para la convivencia y la democracia. Una parte de la sociedad gallega le ha propinado un voto de castigo a una oposición que se empeñó en enfrentar y dividir a la gente en un momento crítico. Y si el PSOE ha cosechado menos calabazas y hasta se ha hecho con alguna pera en dulce, ha sido gracias a que se mantuvo a la sombra de los exabruptos del BNG. Con la excepción coruñesa, donde la moderación y el antinacionalismo de Vázquez han emberrenchinado definitivamente a los señoritos de Nunca máis y sus seguidores. Con su pan se lo coman.


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