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Sostiene Pujol que, con Zapatero, España está jugando ya un papel brillante en el mundo. Hasta ahora, nada de nada. Es el mismo Pujol que, en contra de la opinión de su partido, alabó en La Vanguardia el apoyo de Aznar a Bush. Por su parte, el empresariado catalán organizado, que no es lo mismo que el empresariado catalán sino casi lo contrario, tras haber expresado un profundo temor por la política del tripartito, ve ahora todo tipo de ventajas en la coincidencia de color político entre Madrid y Barcelona, donde hay triplete: PSC, ERC e IC en el Ayuntamiento (y en su radio y su televisión), PSC, ERC e IC en la Generalitat (y en sus radios y televisiones) y PSOE amontillado por un PSC carodizado en el gobierno de España (y en sus radios y televisiones, por si les hicieran falta más).
 
Así las cosas, aparte de CiU, que lucha enconadamente por desaparecer mediante una absurda estrategia de mimetismo con los que la han desalojado del poder, la única oposición en Cataluña se llama PPC, partido marginado por el conocido pacto de exclusión. Tras los palos propinados por los adversarios (algunos literales, como bien sabe Rato, que pronunció para la historia la frase “Dios mío, cómo nos odian” en la manifestación barcelonesa del 12 M), llegan los palos internos. Algunos postergados cuyo fulgor se remonta a la vieja Alianza Popular, se las dan ahora de centristas, supongo que para colocar, por contraste, a don Josep... en la extrema derecha. Dicen que atacar tanto a Carod por la cosa de Perpiñán fue un grave error. Claro, había que haberlo felicitado.
 
Atacado desde todos los frentes, Piqué tiene la llave. Puede usarla para, trabajosamente, mantener los principios y valores constitucionales en Cataluña o, por el contrario, arrojarla al mar y caer definitivamente en la tentación de una aberrante autoinculpación que condena los aciertos y celebra los errores. Esto abriría una brecha profunda entre el partido y su militancia (si uno no ve problemas a lo de Carod, si uno se siente cómodo con el discurso único del nacionalismo, ya no milita en el PPC porque tiene todo el resto de opciones políticas a su disposición, y sin disgustos; a ver si se entiende de una vez, tampoco es tan difícil). Los populares catalanes que se han batido el cobre en sus municipios, asociaciones, lugares de trabajo, círculos privados y públicos, después de lo que ha caído con el Prestige, la guerra y los asaltos a las sedes, corren un serio riesgo de que los pongan a pedir perdón por existir, como diría Aznar.
 
Algo no funciona cuando la práctica totalidad de los agentes políticos y sociales del Principado dan por hecho que ser catalán equivale a ser nacionalista o a estar callado. Ser español no presupone ninguna ideología ni ningún silencio forzoso, y en esta sencilla diferencia radica todo, el problema y la solución.

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