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A ver si lo he entendido. El director del Daily Mirror fue despedido por publicar unas fotos falsas. No. Piers Morgan fue despedido porque se descubrió que las fotos eran falsas. Sabemos por testimonios de periodistas que los medios recurren a las artes escénicas para ofrecernos imágenes de conflictos y sucesos varios. Cierto número de imágenes en circulación no son auténticas, pero, en opinión de algunos, tampoco son falsas del todo: “representan” la realidad. Como las fotos del Mirror. Éstas fueron sometidas a la prueba del nueve por la cuenta que les traía a los representados en ellas como verdugos: los soldados, el ejército y el gobierno de Gran Bretaña. La mayoría de las “representaciones”, en cambio, cuela como realidad.
 
A ver si a la tercera. Morgan fue despedido porque el descubrimiento de que las fotos eran falsas tras haberse depositado en ellas tanto valor -además de las 10.000 libras del ala que se dice que costaron- dañaba al periódico que dirigía de un modo que podía repercutir, es un suponer, en las ventas. La editora anunció que entregaría todas las ganancias obtenidas gracias a las fotos para obras de caridad. También se defendió diciendo que habían sido víctimas de una “trampa muy bien calculada y maliciosa”. Ellos, víctimas. No hay que esforzarse mucho para leer el mensaje entre líneas. El diario había estado en la vanguardia de la oposición a la guerra de Irak. Cui bono?
 
El gobierno, naturalmente, respondían aquí y allá. Morgan había cometido un error o una estupidez. ¿Por publicar unas fotos falsas? No, padre. Por servirle en bandeja a Downing Street un aperitivo con el que sustraernos el plato fuerte: los abusos a los prisioneros. De nuevo, como en el caso Kelly, decían algunos periodistas británicos, eran los medios quienes pagaban los platos rotos mientras Blair se iba de rositas.
 
Timothy Maier, del Insight Magazine, cuenta que según un reciente sondeo Gallup, los americanos tienen en los periodistas aproximadamente la misma confianza que en los vendedores de coches usados. También, que la credibilidad del periodista y de los diarios ha ido cayendo durante los últimos veinte años en USA: del 80% en 1985, al 59% en 2002, en pareja con la lectura de periódicos.
 
En España, desde que tengo memoria, he oído decir que los periódicos y los periodistas mienten más que hablan. Ello no obsta para que la credulidad del público sea, en ocasiones, absoluta. Una credulidad selectiva, eso sí. Por ejemplo, cuando el Prestige, las personas que estaban convencidas de que la Televisión de Galicia sólo contaba mentiras, ponían la mano en el fuego por la veracidad de las informaciones de Telecinco. Uno cree lo que quiere creer.
 
Morgan, brillante y valiente director, según algunos de sus colegas, dicen que se sintió “absolutamente traicionado” por su empresa. De no haberlo sido, no se hubiera convertido en el último mártir periodístico de la guerra de Irak. Un mártir que puede endulzarse el trago con las 750.000 libras esterlinas que le ofrece la empresa. Creo que aún no lo he entendido. No sé si la hazaña de Morgan fue pensar que el fin justifica los medios, y su “osadía”, como calificaba el ABC la publicación de las fotos, no asegurarse de que los medios eran de fiar: no haber conseguido una falsificación, digo representación, mejor. Lo que sé es que si los Morgan son los nuevos héroes de la prensa, vamos dados.

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