Por mucho que José Luis Rodríguez Zapatero haya justificado su comparecencia como un “imperativo ético y democrático”, lo cierto es que su tardía disposición a acudir a la Comisión del 11-M obedece bastante más a la necesidad de contrarrestar la previa del ex presidente Aznar. Y es que la del ex presidente del Gobierno se prevé dura y contundente, condición no suficiente, ojo, pero, desde luego, sí sine qua non, para que sea acertada.
Si tan elevadas convicciones mueven a Zapatero, no se entiende que no haya solicitado motu proprio su comparecencia —como hizo Aznar— , o que no haya accedido a ella en el mismo momento en que el PP la reclamó. Menos aún, después de haber venido a decir, junto a su Fiscal General del Estado, que ya no quedaba nada que averiguar.
No. Lo cierto es que se ha tenido que constatar en el Congreso del PP que ningún perfil bajo va a llevar a Aznar a morderse la lengua, ni a masoquistas pases de página, para que desde el PSOE se vea como ineludible asumir el riesgo de llevar al protegido a contrarrestar la intervención de un ex presidente decidido no sólo a una firme defensa de la actuación de su Gobierno, sino también a desenmascarar la vileza del comportamiento de una nada leal oposición en los momentos en que se acababa de producir la mayor masacre terrorista de nuestra historia.
Claro que el “riesgo” que deberá asumir ahora Zapatero dependerá mucho de los anaranjados representantes del PP y del perfil de las preguntas con que se acose al principal responsable y beneficiario político de la actuación del PSOE en aquellos días de infamia.
Bien es cierto que Rubalcaba —siempre tan leal a la hora de hacer suyo el trabajo sucio— ha querido acotar la exposición de su protegido únicamente a la cuestión de “los fallos detectados” y a "explicar lo que va a hacer”. Lo cierto es que Zapatero no sólo fue el principal responsable de las llamadas telefónicas que él mismo pudiera hacer en aquellas jornadas, sino que fue él quien autorizó el desmarque del Gobierno del PP ante una barbarie terrorista que siempre exigía como respuesta la firmeza y la unidad.
Sin negar el papel estelar a Prisa, fue Zapatero el que autorizó al PSOE a desviar la ira de muchos ciudadanos contra el Gobierno, en lugar de hacerlo contra los terroristas que acababan de sembrar Madrid de cadáveres. Fue Zapatero el que autorizó a Rubalcaba a acusar al Gobierno del PP de mentir el mismo día de reflexión. Es ahora Zapatero el principal responsable de las negativas del PSOE a muchas otras y relevantes comparecencias que no van a tener lugar, entre las que figuran, destacadamente, las de los confidentes.
Téngase en cuenta, además, que el terreno adonde quiere Zapatero que le lleven los suyos no es otro que el que facilita dar el paso —ya dado por Alonso— para pedir responsabilidades políticas al Gobierno del PP por no haber evitado el atentado. A eso, o a hacerse el bueno no pidiéndolas.
A ver si nos enteramos todos de que jamás en la democracia española se ha fiscalizado a ningún Gobierno por no haber sabido evitar una actuación terrorista. ¿Acaso se le preguntó a González por los “fallos cometidos” por no haber evitado la masacre de Hipercor, o la de la casa cuartel de Zaragoza? ¿Cómo, además, se quiere evitar "lo que falló" si no hemos terminado de saber a ciencia cierta qué es lo que pasó?
Rubalcaba querrá llevar a Zapatero al terreno que el PSOE quiere, y los representantes del PP tendrán que luchar para que no lo consiga. Al menos, no del todo. Más vale que quede constancia de que Zapatero no quiere responder las preguntas de los populares si la alternativa es que sólo les responda a las que él y Rubalcaba pretenden que le formulen.

