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Agapito Maestre

El sufrimiento

La obra de Frida Kahlo es un enigma. Su obra es de una sinceridad sobrecogedora. También ella es todo un ejemplo de afirmación de la vida

La feria del arte de Madrid, Arco 2005, está dedicada a México. Felicidades por elegir un ancho y grandioso país. Porque de México me interesa todo, este año visitaré Arco pronto y con ilusión renovada. En el stand institucional de México me han dicho que puede verse el grandioso cuadro de Frida Kahlo: Las dos Fridas. Sólo por ver esta obra merece la pena visitar Arco. Frida Kahlo es una artista genial del siglo XX, aunque su ideología fuera abyecta. Para bien y para mal, nadie puede dejar de ver a Kahlo como hija de la revolución mexicana, incluso alguien alteró su fecha de nacimiento de 1907 a 1910 para justificar que Frida y el México moderno habían nacido juntos. La pintura fue su pasión.
 
La obra de Frida Kahlo es un enigma. Su obra es de una sinceridad sobrecogedora. También ella es todo un ejemplo de afirmación de la vida. Baldada desde los once años, sin embargo le ganó la partida a la poliomilitis. Rota a los diecisiete por un horroroso accidente: fue atravesada por un tubo metálico del vehículo en el que viajaba. Aquí perdió hasta la virginidad, pero se sobrepuso. La vida triunfó sin estridencias. La desgracia fue siempre su acicate. La desdicha consiguió ganarle a la parca mil partidas. Hasta que un día, el 13 de julio de 1954, Caronte se la llevó a la otra orilla. Merced a su trágica voluntad sublimó y transformó en arte sus terribles sufrimientos.
 
La muerte jamás cesó de acecharla, a veces incluso la buscó a través del suicidio, pero siempre logró burlarla, pintando, retratando su vida y la corte de los milagros del México moderno. Prolongó su edad hasta los cuarenta y siete años. Esa fue su audacia. Pintó siguiendo el modelo del arte popular mexicano. Kahlo se vincula del modo más natural a ese arte humilde y sin pretensiones que pinta en pequeñas laminas de metal y maderas, parecidas a nuestras estampitas, el milagro con que algún Santo, Virgen, o el mismo Dios, ha hecho bien a una o varias personas. Sinceridad y expresión directa son los lazos entre esos retablitos y la perfecta ejecución de los cuadros de Frida. Creó un universo propio y autosuficiente sin deudas con los pintores de su tiempo. Ni siquiera el arte de Diego Rivera penetró en ese universo.
 
Quizá sea un juego de oposiciones complementarias. Quizá sea una síntesis azarosa de combates y reconciliaciones. Quizá sea una afirmación a la par tiernísima y cruel de la vida. Lo cierto es que el cuadro “Las dos Fridas” es sólo una cabeza. Nadie, a decir de Picasso, ha sido capaz de pintar una cabeza como las de Frida. Precisión académica y libertad de espíritu, fantasía ilimitada y técnica depurada, inteligencia geométrica y caótica vitalidad son inseparables en la obra y en la vida de Kahlo. Vida trágica. Vida ahormada por la fidelidad a dos destinos, dos tradiciones, convergentes en su infinito amor a la vida: surrealismo onírico y disciplina académica. ¡Una obra tranquilamente feroz!

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