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Cristina Losada

La izquierda y sus lealtades

Los crímenes de la familia se barren bajo la alfombra. Y la ETA forma parte de la familia. Cruel y descarriada, pero del clan. Si algo ha alargado la vida de ETA, junto al refugio que otrora le prestó Francia, es justamente eso.

De pronto, se ha levantado en los mares políticos una ola de respeto incondicional  por las decisiones de la mayoría del parlamento. Y en las mismas latitudes desde las que se contestaba  la legitimidad de un Congreso donde tenía mayoría absoluta el PP. Qué selectiva es la izquierda española en su lealtad a la democracia.  Sólo cuando gobierna ella merece su plácet. Luego, no hay tal respeto al sistema. Esta izquierda únicamente es leal a sí misma.
 
Siguiendo el argumento con el que Peces-Barba y otros  desautorizan  la manifa del 4 de junio, nunca estaría justificado manifestarse. O sería legítimo hacerlo solo cuando el pueblo quisiera expresar su entusiasmo por las decisiones de los gobernantes. Como se hacía en la plaza de Oriente. O en la plaza Roja de Moscú. Como se hace en La Habana y en Pyongyang. Seguro que estarían encantados, nuestros socialistas, con esas muestras de adhesión.
 
Oiga, alegan los  respetuosos de hoy, es que esa mani va contra ZP. ¿Y qué? Como si no las hubieran hecho contra Aznar. Hasta le llamaban asesino. Y había sido elegido en las mismas urnas que el optimista patológico. Que entonces posaba de lo contrario,   atizaba la rebelión so pretexto de la guerra de Irak, el Prestige, la reforma educativa o el decretazo,  y oponía la calle a la legitimidad del parlamento. Si hay quienes pueden dar lecciones de cómo instrumentalizar las causas más diversas, son los que dicen ahora que el PP utiliza a las víctimas del terrorismo.
 
Y dicen más. Como que las “víctimas no pueden orientar la política del gobierno”, en palabras de Gorka Landaburu en ABC. Palabras de especial peso por tratarse él de una víctima,  y especialmente erradas. Pues la reclamación de las  víctimas no se sustenta en  una ira comprensible pero irracional, sino en la justicia. Y los asesinados por la ETA   no son un manchón desagradable en los márgenes, sino el tributo que han pagado ellos, en nombre de la sociedad, por su negativa a ceder a la violencia. La causa de las víctimas es la causa de la democracia y la libertad.
 
Pero la lealtad de la izquierda a las víctimas también es selectiva. Como escribió el intelectual que ilumina, dicen, a Zetapé en su republicanismo, no todos los muertos valen lo mismo. Los crímenes de la familia se barren bajo la alfombra. Y la ETA forma parte de la familia. Cruel y descarriada, pero del clan. Si algo ha alargado la vida de ETA, junto al refugio que otrora le prestó Francia, es justamente eso.
 
Pues ha encontrado cobijo no sólo en sus cómplices directos y en los que comparten sus fines aunque renieguen de sus métodos. Ha contado con la ambigüedad moral de una izquierda que no ha roto su hechizo con la “lucha armada” y sus “causas justas”. Que no ha aprendido de Camus que los fines son los medios. Y que no considera del todo injusta la secesión porque nunca ha defendido la nación. Esa lealtad de la izquierda española hacia sus peores principios y miembros,  está en la raíz de la supervivencia de ETA, de los años de desprecio a las víctimas, y de la negociación que ahora se le ofrece.

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