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Cristina Losada

El imprevisible es ZP

Maragall nos ha dado, finalmente, la clave del embrollo. Esta aventura nace de una necesidad profunda: no morirse de aburrimiento. Y es que para matar el tedio de las democracias maduras no hay como ponerles cargas explosivas

En vísperas de que un parlamento regional se arrogara poderes que no tiene para demoler el edificio constitucional, el presidente del gobierno español sólo tenía una cosa que decir y era ésta: “La democracia es imprevisible”. La democracia versión ZP es como la lotería. Uno no sabe nunca qué número va a salir. Pero hasta la lotería tiene más reglas que la democracia zetapédica. En el bombo no se meten más números que los que han salido a la venta. En la de nuestro hombre, en cambio, cabe de todo. Para ZP la democracia consiste sólo en la ley de las mayorías. Pero no en la ley.
 
Que el que tenga la mayoría pueda hacer lo que le dé la gana, es la democracia de las repúblicas bananeras, de los Chávez y de cuantos dictadores hay y hubo que hacen que el pueblo vaya a las urnas de vez en cuando para sacar refrendos a la búlgara. Hasta Hitler consintió la democracia mientras le interesó. Pero las democracias de verdad son otra cosa. No son chiringuitos que monten y desmonten sus leyes básicas, su equilibrio de poderes, sus normas de convivencia, según le pete al inquilino, como si fueran las sillas y mesas de una terraza.
 
Voten laborista o conservador, voten democristiano o socialdemócrata, voten derecha o izquierda; los ingleses, los alemanes y los franceses, saben a qué atenerse. Saben que se respetarán las reglas del juego. Que cualquier modificación de las vigas maestras del edificio está prevista, y por tanto es previsible. En España no tenemos esa seguridad. Aquí, con ZP a los mandos, todo está en el aire. Hasta los cimientos.
 
Una parte del estado, el Parlamento catalán, ha decido asumir igual rango que el estado, y ZP calla. Se desafía la ley, se abre la subasta de soberanía, y el presidente no despega la boca. Por Quintana sabemos que se mostró receptivo a darle también un cacho. ¿Cómo va a defender ZP la soberanía española de Ceuta y Melilla si no la defiende en el resto de España? A esta situación de incertidumbre e inseguridad, la vicepresidenta la denomina “normalidad democrática”.
 
Maragall nos ha dado, finalmente, la clave del embrollo. Esta aventura nace de una necesidad profunda: no morirse de aburrimiento. Y es que para matar el tedio de las democracias maduras no hay como ponerles cargas explosivas. El tren, Quintanadixit, está en marcha. Dicen que la estación término es el “estado federal”. Pero no hay un solo estado federal en el que no prime la fuerza centrípeta sobre la centrífuga.

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