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Hermógenes Pérez de Arce

El Gran Hermano controla el presente

Sucesivos médicos concertacionistas aclaran que la versión del asesinato mediante un tóxico es incompatible con la larga agonía de Frei y desmienten que haya habido actas de autopsia falsificadas.

Chile es un país parecido al que describe Orwell en "1984". Manda un Gran Hermano, que acá es la Concertación, dueña del poder comunicacional. Hay un "Enemigo Público Nº 1", tal como en "1984", donde se llamaba Emmanuel Goldstein. Acá es Augusto Pinochet. Se culpa de todos los males imaginables y en su contra se decretan periódicamente "minutos de odio", en que se convoca a la opinión pública a vituperarlo. El último se ha desatado para culparlo por la muerte del ex presidente Frei Montalva, en 1982. Páginas y pantallas serviles al oficialismo (es decir, casi todas) afirman que Frei fue envenenado, mientras exhiben la imagen de Pinochet. El Gran Hermano-Concertación en masa, con su presidenta Bachelet a la cabeza, se horroriza ante el país y habla de "magnicidio" y del "primer presidente chileno asesinado". El ministro de Justicia, Isidro Solís, llama a "identificar y castigar a los responsables".

La minoría pensante, minúscula e impermeable al lavado cerebral, sabe que la muerte de Frei fue consecuencia de una cirugía imperfecta y no se debió a intervención de terceros, pero el impacto de los programas masivos de televisión y las publicaciones que sustentan la tesis del asesinato es incontrarrestable. Si se hiciera una encuesta hoy sobre el tema, el 80% o más de los consultados se inclinaría por ella. Pues el Gran Hermano determina lo que la mayoría piensa.

Pero, claro, éste debe soportar que desde sus propias filas surja gente honesta. Isabel Allende refiere cómo el mismo doctor Larraín, que operó a Frei, la tuvo a ella al borde de la muerte tras una cirugía similar. Tanto, que la propia Carmen Frei –la principal promotora de la tesis del envenenamiento de su padre– le reprochó después: "¿Por qué tuviste que operarte con Larraín?".

Sucesivos médicos concertacionistas aclaran que la versión del asesinato mediante un tóxico es incompatible con la larga agonía de Frei y desmienten que haya habido actas de autopsia falsificadas. Pero, ¿cuántos años se necesitarán para que la concientizada mayoría chilena se entere de la verdad? ¿Los veinte o más que se necesitaron para saber la verdad sobre la de Allende?

Pasea por Chile, entretanto, una dupla, la de Juan Guzmán y Baltasar Garzón, funcional al Gran Hermano-Concertación. El primero procesó a Pinochet por delitos de los cuales era completa y probadamente inocente (ver mi obra, jamás refutada, "La verdad del juicio a Pinochet"), y se hizo famoso en el mundo por eso. Claro, acá en Chile también adquirió notoriedad, pero por sustentar tesis tan peregrinas como la de que no existe la presunción de inocencia, sino que ésta la deben probar los inculpados. Cuando la emitió, las risas retumbaron entre los juristas serios de la plaza. Lo mismo que cuando su amigo Baltasar Garzón procesó a Pinochet por genocidio y persecución de los mapuches (quienes en agradecimiento lo habían elevado a la máxima dignidad de la etnia, "Ullmen F'ta Lonko") y de los judíos (cuando personas de esa ascendencia fueron sus ministros, y una de igual ancestro preside actualmente la "Fundación Presidente Pinochet").

Pero, ¿qué importa la verdad? Juanito y Baltasar han adquirido fama nacional y mundial evitando sistemáticamente ser sorprendidos diciéndola. Hoy reciben homenajes en diferentes puntos del país, bajo el amable manto protector del Gran Hermano, conscientes de que "quien controle el presente, controla el pasado; y quien controla el pasado, controla el futuro" ("1984"). ¡Larga vida al Gran Hermano-Concertación!

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