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De la quema al ahogamiento de libros

César Vidal y su fecunda obra escuecen a los políticamente correctos, envenenados por el hecho de que alguien les lleve la contraria y, para colmo, tenga éxito.

La primera víctima de la falta de libertad suele ser un simple e inocente libro. Todos los que la cercenan o han tenido la intención de hacerlo a lo largo de la Historia la han emprendido con el papel impreso. La lógica es tan sencilla como siniestra: destruyendo el libro cree el censor que destruirá al autor y, lo que es más importante, a las ideas que defiende. Los que utilizando tan sólo la palabra escrita se oponen pacíficamente a un estado de cosas determinado, saben a lo que se atienen cuando el dedo de la intolerancia les señala. En el pasado, y no sólo en la Alemania nazi, muchos fueron los libros que terminaron en la hoguera por las más peregrinas razones, y en algunos casos los pirómanos consiguieron en su delirio llevar a la pira a los autores de los mismos, que es, a fin de cuentas, de lo que trataba toda la ceremonia.

Civilizados al fin en el viejo continente de tan bárbara costumbre, la práctica de destruir libros sigue siendo habitual en nuestro mundo. No es extraño que ciertos países islámicos algunos libros considerados impíos compartan lumbre con las banderas de Estados Unidos o Israel, y muchas dictaduras del tercer mundo, sorprendidas por lo ineficaz de su censura, tomen el camino de en medio ordenando la destrucción de títulos improcedentes, desobedientes o, simplemente, demasiado incorrectos para el gusto del autócrata. Nos consuela pensar que esto sólo sucede donde la civilización occidental termina y que aquí vivimos a salvo de una tentación tan humana como la de querer callar al disidente.

Sin embargo, no hemos de irnos muy lejos ni en el tiempo ni en el espacio. En Barcelona, esta misma semana, en la televisión que financia el ayuntamiento de la ciudad, asistimos a un obsceno espectáculo en el que el presentador, Joan Barril, un periodista muy de izquierdas, se regodeaba ante un libro que habían metido en un cubo de agua a modo de escarnio para el autor. El libro es “El camino hacia la cultura”, el último de César Vidal, historiador y colaborador de Libertad Digital, que está cosechando en las librerías de toda España un gran éxito de ventas y, por lo tanto, de lectores. Quizá por eso el director del programa, el mismo Joan Barril, decidió “ahogar” el libro. O quizá porque su autor, el polifacético Vidal, hombre de múltiples saberes, cuente con la aceptación de un público masivo. O quizá porque ni el autor ni el libro en cuestión sean del agrado de Joan Barril.

O quizá por una mezcla de todo lo anterior, a lo que habría que sumar la impotencia del mediocre ante la merecida celebridad de un escritor con talento que no está, bajo ningún concepto, dispuesto a pasar por el aro. César Vidal y su fecunda obra escuecen a los políticamente correctos, envenenados por el hecho de que alguien les lleve la contraria y, para colmo, tenga éxito. Por ahora todo lo que pueden hacer es ahogar un libro suyo en un cubo de agua para regocijo de la audiencia y de los propios integrantes de un programa que se dice cultural. Tan cultural, tal vez, como la revolución de Mao, en la que, parafraseando a Heinrich Heine, se empezó liquidando libros y se terminó liquidando a los que los habían escrito.

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