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Daniel Rodríguez Herrera

Rolling Stone y la muerte de las discográficas

Un ejecutivo anónimo de la industria asegura que ésta "se está muriendo". El abogado de Metallica y otros músicos afirma que "las discográficas disponen de maravillosos activos, pero no pueden ganar dinero con ellos".

Probablemente haya pocas publicaciones dedicadas al mundo de la música más conocidas mundialmente que Rolling Stone, si es que hay alguna. Es una revista a la que yo, además, le tengo cierta estima porque son quienes han publicado muchos de los más hilarantes artículos de P. J. O'Rourke, el mejor humorista liberal. Pues bien, acaban de publicar una devastadora crítica de la actitud de la industria discográfica frente al reto que supusieron Napster y sus secuelas, una fiel descripción del lastimoso estado en que se encuentra como consecuencia de la decisión de enfrentarse a sus clientes y una enumeración de algunas de las posibles vías de transformación, que pasan todas por renunciar a su papel hegemónico en el negocio. Eso debe doler.

Lo sorprendente del caso no es tanto lo que se dice, que no se separa casi nada de lo que muchos les venimos contando desde hace años, sino la publicación que lo dice, que al fin y al cabo no deja de ser parte del establishment musical, y los testimonios que recoge de personas de dentro de la industria o sus aledaños. Un ejecutivo anónimo de la industria asegura que ésta "se está muriendo". El abogado de Metallica y otros músicos afirma que "las discográficas disponen de maravillosos activos, pero no pueden ganar dinero con ellos". Hillary Rosen, que fuera la cabecilla de la RIAA (la SGAE norteamericana) reconoce que entre los años 2001 y 2003 las discográficas perdieron su clientela demandando a Napster en lugar de llegar a un acuerdo con el servicio en el momento en que era la única red P2P y fracasando a la hora de proponer una alternativa de pago. Cuando ésta llegó, gracias a Apple, era demasiado cara y, sobre todo, demasiado tarde. Y encima, poco después comenzaron las demandas de la RIAA contra quienes se descargaban música de Internet. Ese fue el punto de no retorno, pues eliminó de las mentes de muchos la mucha o poca vergüenza que les pudiera provocar descargar canciones en lugar de comprarlas.

Sin duda, Shawn Fanninge, el creador de Napster, puede poner en su currículum el mérito de haber convertido en obsoleto un modelo de negocio que proporcionaba miles de millones de dólares a entonces cinco (ahora cuatro) grandes empresas y que nunca se basó en el arte, sino en la distribución de piezas de plástico. Pero son los ejecutivos que gestionaban esas compañías los que pueden ponerse la medalla de la destrucción de sus empresas. Ahora están empezando a cambiar su comportamiento, aunque puede que sea tarde. Han llegado a acuerdos con YouTube para permitir que los vídeos musicales estén disponibles gratuitamente, EMI ha empezado a vender música sin protección y, sobre todo, están empezando a firmar contratos con los artistas en los que la discográfica se lleva parte del dinero de las giras, conciertos, merchandising, etcétera.

Seguramente el camino que sigan las compañías sea precisamente su conversión en empresas de servicios a los músicos, nuevos y viejos, que gestionen las grabaciones, las vendan por Internet o en soporte físico, las promocionen, negocien conciertos, etcétera; algo así como capitalistas de riesgo de la música, tal y como opina Rob Glaser, de la tienda online Rhapsody. Las canciones se seguirán vendiendo, pero no a un dólar o un euro, como ahora sucede en iTunes, sino por unos pocos céntimos. Es posible que se proponga a los proveedores de acceso a Internet un acuerdo de modo que éstos puedan ofrecer a sus clientes conexiones algo más caras pero con permiso para descargarse lo que se desee; no sería un canon porque lo pagaría quien realmente lo usara. Pero lo único que está claro es que el negocio de las discográficas, tal y como se entiende desde los años 60, no seguirá siendo la próxima década como hasta ahora.

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