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Cristina Losada

El encantador era la serpiente

Mientras que a las damas de antaño sólo las rendían los seductores tras un centón de cartas y mil pruebas de amor, al presidente lo rindieron con tres misivas. Tres y ni una más bastaron para convencerle.

No son pocos los comentaristas políticos que por tratar de explicar lo inexplicable hablan de Zapatero como un encantador de serpientes. Nunca pondría la mano en el fuego por los poderes paranormales de nadie, y menos del presidente, quien hasta el punto y hora en que fue aupado a la cima del PSOE por esa vía de la selección negativa que acaba beneficiando a los peores, era un burócrata de la política tan silencioso y gris como mediocre. Ahora que en El Mundo han publicado parte del epistolario que cruzaron los de ETA y el Gobierno, ya puede decirse con propiedad que, lejos de ser Zapatero un encantador de serpientes, fue la serpiente la que lo encantó él, y enseguida. Mientras que a las damas de antaño sólo las rendían los seductores tras un centón de cartas y mil pruebas de amor, al presidente lo rindieron con tres misivas. Tres y ni una más bastaron para convencerle. Naturalmente, de lo que ya estaba convencido. En este asunto, como en otros, se cree lo que se quiere creer. Sobre todo, si conviene creerlo y hacerlo creer.

La banda terrorista exigió a Zapatero una negociación política y él se zambulló alegremente en unas aguas que gobiernos anteriores habían considerado, con razón, vedadas. No así nuestro adanista. Esto se sabía por deducción, pero resulta que figura en unas cartas que deberían hacerse públicas, pues ni son correspondencia privada ni ponen en peligro la seguridad del Estado. Si algo puede zozobrar de conocerse su contenido es la reelección de Z, la cual sí que entrañaría riesgos para la integridad del mismo. Un presidente que cree lo que ETA le escribe y que actúa en función de esa creencia es un caso incorregible de imprudencia temeraria y desprecio por la experiencia. La vicepresidenta se indignaba en junio pasado de que se diera credibilidad a las noticias de Gara sobre la negociación. Pero el primero en ignorar que los terroristas no tienen palabra ni deben ser creídos ha sido su jefe. Y ella detrás. El Gobierno en pleno se dejó camelar por tres cartitas de la banda y aseguró, hasta la misma víspera del atentado de Barajas, que la jubilación de los criminales estaba al caer y sin precio político. Ya conocían entonces los de Zeta que lo segundo no era cierto. La política figuraba en las condiciones de partida.

Las piezas del puzzle van apareciendo. Cuando Rodríguez se deshacía en optimismos antropológicos y proclamaba el próximo fin del terrorismo, no tenía nada en la manga. Nada, salvo tres cuartillas firmadas por la serpiente. Que no eran precisamente cartas de una desconocida. Pero tenía, eso sí, un historial de encuentros fraternales de los mandados de ETA con gentes del PSE; unos teóricos de ocasión que abonaron las expectativas; unos medios que las pregonaron; y un objetivo claro: asegurar la permanencia en el poder como sea. Los de ETA tendieron una trampa para elefantes y ZP cayó, no como un corderito, sino por interés. Y no faltaban indicios para estar sobre aviso. Como aquella conversación grabada en la cárcel a una dirigente de Batasuna, que exponía la estrategia en términos comprensibles para quien se formara intelectualmente con las aventuras de "Bambi": "Hay que planteárselo así al señor ZP, o sea, tú vas a solucionar el conflicto mayor que ha tenido el Estado español, pasas a la historia, tío, premio Nobel de la Paz, te dan el premio Nobel de la Paz. Ja, ja, ja". Otegi, más modesto, le ofreció ser Tony Blair.

Ahora que, según Patxi López, la mayor prueba de honestidad es reconocer que se ha mentido, que saquen las cartas de la sierpe y sus respuestas. Me intriga si se trataban de "queridos".

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