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Cristina Losada

Integrar a los desintegradores

A estas alturas, no puede achacarse a ceguera involuntaria la negativa a observar que los nacionalistas no quieren ni por asomo integrarse, sino hacer pedazos el tinglado.

El alcalde de Madrid acaba de definir en qué consiste la tarea de su partido, que es formular un discurso político integrador de acuerdo con los partidos políticos y los territorios. Los territorios, hasta ahora, no tenían voz ni voto, ya que sólo disponen de lo uno y lo otro los ciudadanos, y es por ello que requiere traducción la frase. Cuando se menta a los territorios, se menta a los nacionalistas, que son los que hablan y actúan en nombre de aquellos. El propio Gallardón lo aclaraba acto seguido: "Hay que invitar a los partidos nacionalistas a participar de él (el proyecto integrador)". Y por si hubiera alguna duda, reiteraba como los detectives gemelos de Tintín: "Insisto, hay que invitarlos".

Para el alcalde, eso es modernizador y lo demás, antigualla. Sin embargo, no hay nada menos moderno que lo que propone y no sólo por la naturaleza profunda e irreversiblemente reaccionaria del nacionalismo. Ocurre también que la democracia española ha pasado toda su vida invitando a los nacionalistas a participar en su proyecto integrador. Es más, en un ataque de ingenuidad suicida, diseñó la Constitución con todos los huecos posibles para se integraran y también para que la desintegraran. Y los invitados, gente sólo leal a lo suyo, han utilizado esa buena –e interesada– disposición de los anfitriones para entrar con picos y palas en el edificio y dejarlo hecho una ruina, empezando por la libertad y los derechos civiles, que pisotean como si fueran –y para ellos lo son– basura que entorpece su marcha.

Gallardón coincide con el PSOE en ese afán por invitar a los nacionalistas a integrarse. Su reflexión converge con una reciente de Patxi López, cuyo sueño, por lo visto, es implicar a los nacionalismos en "la gobernabilidad de España", pues eso significaría "que hay un proyecto compartido en el que cabemos todos". "Todos" son, aclaremos, él y su partido. Que el PSOE cabe con los nacionalistas ya se ha visto. Y también el precio de ese matrimonio. Al gusto de aquellos y por propia conveniencia ha sintonizado su discurso y ha remodelado por la puerta de atrás las instituciones y las leyes.

A estas alturas, no puede achacarse a ceguera involuntaria la negativa a observar que los nacionalistas no quieren ni por asomo integrarse, sino hacer pedazos el tinglado. Tras las seráficas intenciones integradoras no hay más razones que las que nacen de la ambición de alcanzar el poder. Los socialistas se han desintegrado para integrar el nacionalismo y, de momento, no les ha ido mal. Pero el caso del PP es distinto, pues su base electoral se muestra más reacia que la otra a la venta de la soberanía nacional por unos platos de lentejas. Si el nuevo PP se dedica a las artes de integrar a quienes no quieren integrarse y han aumentado desmedidamente su apetito, va a salir desintegrado de un intento que, por otra parte, será inútil.

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