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Antonio Robles

Robinho, la belleza no se vende

Es preferible disponer de jugadores con la ilusión por ser que traer jugadores que lo han sido todo. Una estrella consagrada no estorba, un equipo plagado de ellas sí.

Detestamos la monotonía porque es aburrida y previsible. El aficionado al fútbol espera el instante en el que el guión se rompa y el caos se apodere del terreno de juego. Es la hora de la vida, el espacio donde el caos debe ser reducido a orden y eficacia; el tiempo donde la improvisación inventa la mejor jugada para ese instante preciso. Y será la mejor porque habrá sido eficaz, pero habrá sido eficaz porque ninguna táctica estudiada la pudo prever. No todos los jugadores están a la altura de esos instantes. Se ha de ser muy atrevido, imprevisible, eficaz y muy creativo, demasiados adjetivos para un jugador de élite. Los equipos que saben encontrar esas raras joyas, darles libertad para crear y ser capaces de fundir su pasión por el juego con las emociones de sus seguidores, están más cerca de la gloria.

Robinho es una de esas joyas. Sólo por esos cuatro destellos imprevisibles de jugadores como él podemos soportar las patadas previsibles de los 85 minutos restantes. ¡Qué importa una tarde incompleta, si José Tomás se confundió por un instante con un ser transparente!

Corrió con los ojos ávidos de un niño al encuentro de un sueño: Jugar en el equipo más grande del Siglo XX. Le mimaron, le colmaron de atenciones excesivas (nadie nunca vale tanto como las portadas de los periódicos deportivos titulan). Y creció. Dicen los pedantes que no había explotado. Para estos sólo crecen los que juegan en otros equipos con la ayuda de los titulares de la prensa de verano.

Schuster ha construido un proyecto lleno de imaginación y fuerza. La primera se la dan la calidad de jugadores como Robinho, la segunda la ambición de unos jugadores jóvenes que lo han de ganar todavía todo.

La experiencia nos dice que es preferible disponer de jugadores con la ilusión por ser que traer jugadores que lo han sido todo. Una estrella consagrada no estorba, un equipo plagado de ellas sí.

Ramón Carderón ha convertido al príncipe en una rana. Al menos así lo ha vivido el jugador. El error ha sido mayúsculo. El desencanto del jugador por una entidad que fue para él la cima de la gloria es como la inocencia, cuando se pierde ya no se vuelve a recuperar. Su presidente prefirió convertirlo en una dispensa para abaratar la descomunal cifra de Cristiano Ronaldo. Si cuajaba. Mayor humillación para un chico al que llamaron Pelé, imposible.

Al otro lado del Ebro, Guardiola y el Nou Camp han sabido rectificar a tiempo. Idéntico molde: rápido, creativo, imprevisible, atrevido y tremendamente eficaz, posiblemente el mejor delantero centro del mundo. El mismo error de Robinho. La misma humillación. Les cegó otro Ronaldo y tenían en casa al delantero que marcó las diferencias del Barça con el Madrid.

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