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Cristina Losada

Historias de la desconversión

Es fácil reducir la historia de los ex a un episodio personal de unos tipos que se dejaron engañar, un buen día descubrieron el fraude y entonces se dieron el piro. Si fuera así de simple, ni la izquierda sería lo que es, ni la derecha estaría donde está.

Dados los usos y costumbres imperantes, el libro Por qué dejé de ser de izquierdas tiene todas las papeletas para encontrar detractores a uno y otro lado de la frontera. Lo cual certificaría el valor de la obra pergeñada por Javier Somalo y Mario Noya con el resultado de sus interrogatorios –de tercer grado, según mi experiencia– a una docena de personas que rompimos los lazos con –y de– la izquierda en algún momento de nuestra trayectoria.

Es conocida la reacción que suscitan esos fenómenos en la grey izquierdista. Los guardianes del país que se abandona condenan a los "renegados" y promulgan la orden habitual: los que se marchan –y hablan– serán perseguidos y descalificados. Hay que evitar el contagio. Cuando sus críticas molestan especialmente, se les acusa de estar poseídos en su nueva andadura por la fe del converso. Un tópico que se las trae, pues abandonar la izquierda no es fruto de una conversión, sino de lo contrario. El adiós a la izquierda es un adiós a creencias, ortodoxias y dogmas políticos.

El ritual descrito se repite sin apenas variaciones desde los tiempos de los bolcheviques. De ahí que pueda preverse que el sector acomodado de la izquierda recibirá el libro de Noya y Somalo incluyéndolo en su índice de lecturas prohibidas. Pero, ¿y la derecha? A ese lado de la barrera hay quienes acogen las reflexiones sobre la "desconversión" con desinterés y un punto de irritación.

Un dirigente comunista –italiano por más señas– solía decir que la batalla final se libraría entre comunistas y ex comunistas. Era una boutade. El comunismo es apenas un espectro, aunque le han sobrevivido sus modos de hacer política. Pero en la derecha se detecta una actitud similar a aquella en la que medida en que se piensa que ese tipo de batallas –ideológicas– son ajustes de cuentas que no le conciernen.

Es fácil y facilón reducir la historia de los ex a un episodio personal de unos tipos que se dejaron engañar, un buen día descubrieron el fraude y entonces se dieron el piro. Pero si fuera así de simple, ni la izquierda sería lo que es, ni la derecha estaría donde está. O sea, con buenas razones, pero impotente. Incapaz de neutralizar siquiera el atractivo de su adversario, pues ignora en qué se fundamenta. Se diría que el complejo de la derecha ha generado como contrapeso una subestimación de la izquierda que se sustenta en su desconocimiento.

Hacen falta más libros como el que acaba de editar Ciudadela.

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