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Eva Miquel Subías

La cumbre del meneíto

Zapatero podría manterer con Chávez y Morales –en La Habana, por supuesto– su particular G-3 al ritmo del Meneíto. Ni mejor, ni peor, presidente, simplemente diferente. Muy diferente.

Innumerables son las tertulias, debates, artículos y reportajes cuyo principal argumento, desde hace unos cuantos días, versa en torno a la no-presencia o no-invitación de España a las reuniones del G-8 y el G-20 y a las maniobras de nuestro presidente para "colarse y plantarse en la fiesta", como cantaría Ana Torroja.

Conozco a un político de Barcelona que fue famoso en su día por su habilidad para auto invitarse a diversos acontecimientos, preferentemente a los enlaces de las hijas de los empresarios más destacados de la época. El personaje en cuestión acudía contento y con la cabeza bien alta sin saber que el resto de la sociedad catalana sabía de antemano las artimañas utilizadas para tal propósito y, claro, los comentarios jocosos se multiplicaban.

Quiero decir con ello que no siempre el objetivo marcado y, en su caso, conseguido sabe de la misma manera. El sabor agridulce de convertirse en el "canapero" oficial en su versión Cumbre, contando como testigos con las principales naciones del mundo, además de conllevar muchos riesgos tiene, como efecto más inmediato, la pérdida absoluta de la dignidad, del más mínimo prestigio y la más brillante puesta en escena de lo que internacionalmente se conoce como hacer el ridículo.

No sabemos todavía si España asistirá a la cita del próximo 15 de noviembre en Washington como invitada de Brasil, al ritmo de Carlinhos Brown o de la mano heroica de Sarkozy y con los melancólicos ojos de Edith Piaf. Pero lo que parece cada día más claro es que, de una manera u otra, acabará asomando la cabeza en alguna instantánea. Lo que ya no lo está tanto es que los norteamericanos, en plenos preparativos del Thanksgiving y con la resaca de su recién estrenado presidente le guarden al jefe del Ejecutivo español siquiera un lomito de pavo relleno.

¿Qué ha hecho España para merecer esto? Bueno, mejor no contesten, dejémoslo. La última gran idea es encabezar la defensa del gran proyecto socialdemócrata y hacerlo como sea y en el formato que sea, según presidenciales palabras. Y para arreglarlo un poquito más, aparece en escena José Blanco, exponente de liderazgo contemporáneo, quien acaba de asegurar que dirigentes de la talla de Rodríguez Zapatero son los que realmente van a resolver los problemas del mercado y de nuestro sistema financiero. Así, sin más, quedándose tan a gustito el muchacho.

A todo esto José Luis Rodríguez Zapatero, al brioso y ambicioso grito de "yo no he sido, yo no he sido", echa las culpas a su antecesor en el cargo, diciendo que tampoco estábamos presentes entonces. Dejando al margen el hecho de que José María Aznar situó a España a las puertas del G-8 y de que participaba de forma activa en numerosos encuentros en los que se debatían cuestiones absolutamente decisivas para la Unión Europea, existe un detalle nimio que a nuestro presidente se le escapa: la relación más que fluida y operativa que existía entre Aznar, Bush y Blair.

Vamos, la misma que José Luís Rodríguez Zapatero mantiene con los grandes estadistas Chávez y Morales, con los que podría –con sede en La Habana, por supuesto– establecer su particular G-3 al ritmo del Meneíto. Ni mejor, ni peor, presidente, simplemente diferente. Muy diferente.

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