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Cristina Losada

La fantástica rebelión de Blanco

El oportunismo del socialismo zapaterino no conoce límites. Y ahí debe residir el quid de su éxito. Conforma un torbellino que acaba por banalizar y digerir hasta las más zafias de sus maniobras.

El actor Manuel Manquiña, la escritora Marta Rivera de la Cruz y otros personajes conocidos que apoyaron la manifestación por la libertad de elección de lengua en Compostela, figuran ya en las listas de "enemigos del gallego". Son las prácticas habituales de los radicales que cría el nacionalismo. Pero aquellos que, igual que los camisas pardas, señalan, acosan y agreden a los discrepantes, como hicieron el domingo –y antes– no han brotado con fuerza por azar. Hay intelectuales orgánicos y sectores del establishment que alientan y alimentan su fanatismo y el bigobierno, con el BNG al frente, los ha vigorizado con dosis de legitimidad.

Pero estos días toca limpieza. Ha habido, así, condenas hipócritas y equidistantes de la violencia de los "contramanifestantes" por parte de los socios de Gobierno y hay una operación de lavado de manos y de cara de los socialistas para desprenderse de ese chapapote que es su política de imposiciones en el ámbito lingüístico. Pues estos socialistas (es un decir) juran ahora que ellos, de imponer, nada de nada.

Después de que Touriño declarase al español "tan nuestro como el gallego", ha sido José Blanco el encargado de ir aún más allá. Desde el Barco de Valdeorras ha anunciado que está "en contra de las imposiciones", proclamándose, incluso, en rebeldía contra ellas. La última rebelión conocida de Blanco fue contra los que denunciaron la urbanización a pie de playa en la que se ha comprado un bonito ático. No es, por tanto, un rebelde sin causa. Y en esta ocasión tampoco le falta una.

La causa de esos pronunciamientos socialistas contra su propia política se encuentra a dos semanas y media. Son las elecciones. Es el descontento social ante la inquisición lingüística que han instalado en comandita con el Bloque. Y ha sido el espectáculo de la violencia desencadenada contra unos manifestantes pacíficos. De manera que niegan la evidencia sin recato.

El oportunismo del socialismo zapaterino no conoce límites. Y ahí debe residir el quid de su éxito. Conforma un torbellino que acaba por banalizar y digerir hasta las más zafias de sus maniobras, como ésta. La acumulación de contradicciones y falsedades agota la capacidad de juicio y asombro. Una mentira tapa a otra. La realidad se desvanece bajo ese constante chorro. Y así nos encontramos abocados a reconocer que aquello que Abraham Lincoln consideraba imposible (engañar a todo el mundo todo el tiempo) intente verificarse cada día ante nuestros ojos.

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