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Gina Montaner

Adiós al hombre del telediario

Walter Cronkite fue testigo del ocaso de su estirpe, arrasada por las ruedas noticiosas a cargo de rostros intercambiables. "That’s the way it is". Nos habría dicho a modo de adiós definitivo.

Walter Cronkite falleció el pasado 17 de julio a los 92 años. Con él desapareció el último vestigio de la figura del anchor: el presentador del telediario de la noche que la familia solía ver reunida.

La noticia de su desaparición es indicativo de cuánto y cómo han cambiado los tiempos desde que Cronkite se retirara de la cadena CBS, donde presentó los informativos desde 1962 a 1981, siendo líder indiscutible del periodismo televisivo. A primeras horas de la noche los canales de cable, con sus veinticuatro horas de cobertura continua, comenzaron a rememorar la brillante trayectoria de un periodista que antes de ser presentador se curtió como corresponsal en la Segunda Guerra Mundial y en Vietnam. No nos enteramos de su muerte en el telediario de las seis y media de la tarde, sino de maneras múltiples y la vez: por internet, la radio, las ediciones digitales de los diarios, las cadenas CNN, MSNBC, Fox. Por un lado, a Cronkite le habría halagado tanto despliegue. Pero también habría recordado, no sin cierta amargura, que la revolución tecnológica de los medios contribuyó, en cierta medida, a su retiro antes de tiempo: el declive de la figura mediática encarnada en el hombre de las noticias cada noche a la misma hora.

Cuando viví en los Estados Unidos a finales de los setenta, todavía Walter Cronkite era el periodista del que todos se fiaban por su objetividad periodística y su capacidad de transmitir autoridad moral. No en balde era considerado la persona más confiable del país e incluso se llegó a decir que podría postularse para la presidencia. Pero desde muy joven su pasión fue el periodismo, y aprendió el oficio con los viejos teletipos y las corresponsalías en zonas de conflicto antes de sentarse cómodamente en un plató con aire acondicionado. Como todo reportero que se precie, Cronkite era un yonqui de la noticia inmediata, del revuelo de la redacción, de la exclusiva que nadie más pudo obtener. Para el recuerdo quedan sus palabras a su regreso a Vietnam, cuando dijo públicamente que Estados Unidos no podía ganar la guerra. Bastó su análisis para que el americano medio dejara de apoyar los esfuerzos del presidente Johnson. Fue Cronkite quien anunció a la nación el asesinato de Kennedy y todavía provoca escalofríos el gesto contenido de su emoción. Era el informador desnudo y vulnerable por un instante y la cena de todos los americanos echada a perder a la hora del telediario. Y fue él quien compartió el asombro con millones de televidentes al transmitir la llegada a la luna del primer hombre en julio de 1969 con un clamoroso "Oh, boy!".

En mis años universitarios en Nueva York muchas tardes seguí las noticias que Cronkite presentaba con aplomo y serenidad. La voz grave, el rostro afable, la mirada directa. Al finalizar, cada noche se despedía con un "And that’s the way it is". "Así son las cosas". En efecto. Un mensaje lacónico que resumía el estado de la vida: los acontecimientos se suceden y la realidad nos desborda, pero él estaba ahí para contárnoslo con seriedad y sin grandes aspavientos.

Así son las cosas. A veces inevitables, como la extinción acelerada del presentador del telediario a la hora estelar de la cena. Walter Cronkite fue testigo del ocaso de su estirpe, arrasada por las ruedas noticiosas a cargo de rostros intercambiables. "That’s the way it is". Nos habría dicho a modo de adiós definitivo.

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