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Cristina Losada

Nuestro hombre en Somalia

Poca convicción mostraba Zapatero a la hora de negar la operación tocomocho. "Al CNI no se le tima así como así" y "¿quién sabe lo que hace el CNI?", que tales fueron sus frases, más parecen declaraciones de uno que pasaba por allí que de un presidente.

Graham Greene, que algo sabía de espionaje, escribió a finales de los cincuenta Nuestro hombre en la Habana, una novela que se burlaba de los servicios secretos británicos. Su protagonista se enrola como espía para ganarse unas perras y a falta de información relevante, envía a Londres fragmentos de los planos de las aspiradoras que él vendía, como si fueran de una instalación militar secreta. En el cuartel general nada sospechan y tienen en alta estima sus informes. Greene trabajó durante años para el MI6. Conocía el percal. Su obra era de ficción, pero los engaños a los servicios de espionaje ni han faltado ni faltarán.

No resulta inverosímil la historia que El Mundo ha publicado sobre un individuo que se hizo pasar por alto cargo del (virtual) Gobierno de Somalia ante unos agentes del CNI y se embolsó un millón de dólares para una gestión que no podía realizar. Pues, entre otros detalles, los tres marineros del Alakrana cuya liberación se quería comprar, no estaban fuera del barco, como hicieron creer los piratas. De aceptarse la versión del Ejecutivo, según la cual estaba al corriente del engaño, pero siguió el juego para proteger a los rehenes, la estafa supera a la ficción de Greene. Si el Gobierno supo "siempre" que ninguno de los tripulantes había sido llevado a tierra, apoquinar el millón es de tontos de remate.

Poca convicción mostraba Zapatero a la hora de negar la operación tocomocho. "Al CNI no se le tima así como así" y "¿quién sabe lo que hace el CNI?", que tales fueron sus frases, más parecen declaraciones de uno que pasaba por allí que de un presidente. Curiosa displicencia la suya. Como si nuestros hombres en Somalia hubieran actuado al margen de nuestros hombres ¡y mujeres! en Madrid. Y eso que, según dijo, el secuestro del Alakrana era "un tema de país". Es verdad que habíamos quedado en que España "como país" no intervino en lo importante, o sea, el rescate, pero contradecirse ha sido la pauta de conducta del Gobierno. Qué remedio. Cuando se hace de la renuncia al uso de la fuerza seña de identidad política y bandera electoral, sólo queda ceder, pagar y ocultar. Se puede pagar y perseguir a los criminales. Se les puede, incluso, atacar. Pero, como proclamó un ex ministro de Defensa desde el confort de su despacho, "antes morir que matar". Pagar y punto. Hasta la próxima.

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