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Raúl Vilas

Sólo Haidar decide

El Gobierno español colaboró con Marruecos en la expulsión-secuestro de Haidar. No contaban con su admirable ejemplo de valentía y decencia. Ahora no saben qué hacer.

La lógica indica –y así lo sostiene mayoritariamente la Ciencia Política– que es en las sociedades desarrolladas donde los llamados "valores post-materialistas" definen el comportamiento social, al estar ya cubiertas las necesidades básicas. Quienes sufren las penurias de la pobreza bastante tienen con buscarse el pan de cada día como para perder el tiempo tratando de arreglar el mundo. El razonamiento, en abstracto, es impecable. Pero, por mucho que se empeñen algunos, las ciencias sociales o, para ser más exactos, la comprensión del comportamiento humano no es cosa de laboratorio. 

Ejemplo de esto es el coraje que está demostrando Aminatu Haidar y la incomprensión que recibe de muchos españoles. Como todos los saharauis que subsisten en los territorios ocupados por Marruecos –con la indecente connivencia de España–, Haidar lleva toda una vida sometida a las humillaciones constantes de la teocracia alauí, en unas condiciones que distan mucho de las comodidades que aquí disfrutamos. La dignidad es para ella un valor irrenunciable, incluso a costa de su propia vida, y genera el asombro en una sociedad que, en su mayoría, no sacrificaría ni una ración de gambas por algo tan anodino, para ellos, como eso de la dignidad.

El de la alimentación forzosa es un debate complejo. La casta política, PP y PSOE, ya se ha retratado. Dicen que es obligación del Estado velar por la vida de Haidar. Es verdad, como monopolizador de la violencia, el Estado debe garantizar nuestra seguridad e integridad física, protegernos de los demás, de las agresiones externas. La cuestión es si debe protegernos de nosotros mismos, una idea que está en la génesis de todo pensamiento totalitario. El de Haidar es un caso extremo, cierto, pero si aceptamos que se atente contra su voluntad, estaremos ante un precedente peligrosísimo: la voracidad del Estado no conoce límites. 

¿Qué hacer, entonces? ¿Dejarla morir? Como en el aborto, hay dos bienes jurídicos en conflicto: la vida de una persona y su libertad de decisión; aunque hay una gran diferencia: Haidar decide sobre su propia vida, mientras que en el caso del aborto la vida que está en riesgo no tiene capacidad de decisión, ni voluntad. Estamos ante la perpetua colisión entre la libertad y el Estado; si renunciamos a nuestro derecho a decidir sobre nuestra propia vida, ¿qué nos queda?

El Gobierno español colaboró con Marruecos en la expulsión-secuestro de Haidar. No contaban con su admirable ejemplo de valentía y decencia. Ahora no saben qué hacer. Claro que Aminatu no debe morir, pero la solución no es forzarla a comer, sino que regrese a su casa de El Aaiún con sus hijos, en las mismas condiciones en las que llegó a España. Ni más, ni menos. Zapatero y Moratinos, tan serviles siempre con Mohamed VI, tienen un problema muy serio. Ellos se lo han buscado. 

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